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viernes, 19 de noviembre de 2010

capitulo 18

Me sobresalté. Al parecer había tenido una pesadilla ya que a pesar del frío que hacia, de mi frente caían unas pequeñas gotas de sudor.
Intenté recordar que era lo que tanto temor me había causado para sobresaltarme así, pero no lo conseguí. No lograba acordarme.
Me puse en pie y miré a mí alrededor, un poco alteraba.
Tras observar la habitación durante varios minutos, recordé que me encontraba en una de las celdas del palacio.
Lo había olvidado por completo.
Me senté en la cama, rodeando las rodillas con los brazos, y comencé a llorar.
No dejaba de pensar en mi padre, en mi abuela, en mi madre, y en Layla…
Con lo feliz que era hasta hace nada, y ahora toda mi vida se había arruinado.
De vivir en una bonita casa, he pasado a estar en esta pocilga. A saber durante cuanto tiempo debía estar aquí, tal vez unas semanas, o tal vez durante el resto de mi vida, hasta morir…
Y Albert. Cada vez que pensaba en él, me daba un vuelco el estomago, y una enorme angustia recorría todo mi cuerpo.
Enterarme de que la persona de la que me había enamorado, era un ayudante de lord William… era demasiado. No estaba preparada para aquello. ¿Por qué el? ¡Con todas las personas que había en el mundo, tenia que enamorarme de él!
Ya nada tenía importancia… ¿Para que? ¿Para que luchar, y ser fuerte si aquella persona que tanto me gustaba, aquella persona que estaba convencida que seria quien me ayudaría y me apoyaría, resultaba ser aquella que hace unas horas me había encarcelado?
Ya nada merecía la pena…
Todo esto me estaba volviendo loca.
Además, no le veía mucha lógica a que Albert yaciera con lord William por su propia voluntad… ¿O tal vez si?
Tenía mis propias dudas. Pero lo que si tenia claro era, que de algún modo, debía averiguarlo.
Tal vez la respuesta fuera dura, pero no me importaba. Debía saber la verdad. La verdad sobre él.
-Un momento -grité alterada apartando todos aquellos pensamientos e introduciendo mi mano en el interior del bolso.
Si. Allí estaba mi móvil, tal y como lo había dejado el día anterior. Por suerte, aquellos dos payasos no me lo habían robado cuando me habían cogido en aquel callejón.
Una nube de esperanzas recorrió mi cuerpo.
Lo encendí, con la esperanza de poder llamar a mi madre, poder decirle donde me encontraba y así poder salir de aquí de una vez.
Busqué su número, y acto seguido pulsé el botón verde de llamada.
Mi corazón comenzó a latir velozmente.
Escuché durante unos segundos, pero nada. No se oía nada.
-¿Ma…Mamá?- tartamudee, a causa de los nervios.
Silencio.
Extrañada, miré en la pantalla del móvil, y entonces lo entendí todo: ¡No había cobertura! Solo podía hacer llamadas de emergencia, y en este momento, no me servia para nada, ya que, ¿Qué les contaría? ¿Qué estoy en un lugar mágico, al que solo se puede acceder con poderes? ¿Qué me había encerrado un tal William porque quería mi colgante, ya que con él podría gobernar el mundo?
Me tomarían por loca… Por una completa loca.
Además, no encontrarían la forma de localizarme, ya que solo podrían venir aquí si poseerían poderes, y dudo mucho que los tuvieran.
Adiós a todas mis esperanzas.
Pensé en acostarme de nuevo, pero seguidamente lo retiré. No eran más que las 5:00 de la mañana, pero ya no tenía sueño.
“Mi madre estará preocupadísima” pensé mientras comenzaba a llorar.
-Basta Annie basta.- me dije. Tengo que ser fuerte. Aquí sentada y llorando no hago nada. ¡No! No me puedo quedar de brazos cruzados. Debe de haber algo que pueda hacer.
Me dirigí hacia la puerta y me asomé por la ventanilla.
¿Y Albert? ¿Dónde se encontraba Albert?
Decidí dejar de pensar en él. Debía olvidarlo. Algo que me resultaba realmente difícil.
Y más, teniendo esta preciosa sudadera suya… Joder, otra vez lo estoy haciendo. Otra vez vuelvo a pensar en el… No se que tendrá aquel chico para que me sea tan difícil olvidarlo…
El pasillo estaba en la penumbra. No se escuchaba nada.
Había esperado encontrarme con alguien, algún guarda vigilando o algo, pero no. No había nadie.
Perfecto. Tenía vía libre. Ahora solo tenia que encontrar la forma para poder abrir aquella puerta.
Comencé a pasearme, por la habitación. Me dispuse a recapacitar, buscando alguna solución y de repente, una brillante luz blanca sobresalió de mi colgante. La miré atónita, haciendo un gran esfuerzo, ya que la luz era cegadora. Se fue amainando, hasta quedarse en un pequeño destello que provenía de una de las perlas, la del aire.
Empecé a pensar, y lo entendí.
Debía utilizar el poder del aire para poder abrir la puerta. Solo tenía que crear una especie de viento, introducirlo en el interior de la cerradura, y hacer que girara hasta que se abriera la puerta.
Pero había un problema. ¡No tenia ni idea de como se hacia eso!
En la escuela no me lo habían enseñado. Simplemente sabía cuatro cosas: mover algún que otro objeto y poco más. Pero aquello no me servia para nada…
En aquel momento, recordé las palabras de mi madre: “te enseñaran a usar parte de tus poderes en la escuela, la otra parte, la tendrás que aprender tú por tu cuenta […]”
Y eso significaba, que debía aprender a abrir la puerta por mi cuenta.
“Es imposible, no voy a ser capaz de aprender esto por mi cuenta, y en poco tiempo. Voy a tener que quedarme aquí, durante mucho tiempo…” pensé sin esperanzas.
Estaba perdida… o eso creía.

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