Seguidores

viernes, 19 de noviembre de 2010

capitulo 17, encarcelada...

Después de compartir una profunda mirada, se dirigió hacia mí.
-¡Espera!- dije apartando mi mirada de Albert y dirigiéndola hacia lord William.-¡No… no… no puedes encarcelarme! ¡Por favor! Deja que me valla. ¡Yo no puedo quedarme aquí! ¡Tengo una vida, unas amigas, una familia! Ellos me necesitan! Entiéndelo por favor. Déjame marchar!
-Jajaja.- rió- ¿de verdad pretendes conmoverme y hacerme cambiar de opinión con ese ridículo discurso? Se ve que no me conoces del todo.- dijo sarcásticamente.- tu no te vas de aquí, sin antes darme el colgante.
-¡NUNCA!- chillé, y sin pensármelo eché a correr hacia la puerta. Escuché a lord William gritar para que vinieran a por mí. Justo cuando tenía la intención de abrir la puerta, alguien me agarro fuertemente de la espalda, provocando que cayéramos al suelo. Me incorporé, y vi que Albert se levantaba poniéndose en pie. Me alcé nerviosa. Me agarró, para que no volviera a escapar.
Intente soltarme, pero no hubo manera.
-Yo que tú, me quedaría quieta. Solo empeoraras las cosas. No conoces a lord William, y mejor si no lo haces.- me susurró al oído. Aquello me hizo temblar. No se si por el miedo, por la rabia, o por que él me había susurrado al oído.
Me rendí. No había forma de escapar de allí.
-Albert, llévate a la mocosa ésta. ¡Vamos!
Me agarró del brazo y me empujo junto a él.
En la puerta principal, se encontraban dos hombres, con armadura. No sé de donde habían salido, ya que hace nada, no estaban.
Se abrió la puerta a nuestro paso. La atravesamos, dejando atrás la sala del trono, y con ella, a lord William.
Aquellos guardas de la puerta nos siguieron por detrás, supongo que para asegurarse que no intentara escapar de ningún modo.
Atravesamos el comedor, y nos dirigimos pasillo adelante.
No me atreví a pronunciar ni una sola palabra, estaba dolida, y muy asustada.
Llegamos a una habitación. Era pequeña y diría que estaba vacía salvo por un enorme cuadro que yacía colgado de la pared. Al verlo, se me pusieron los pelos de punta. Tenía algo muy siniestro. En él estaba dibujado una especie de pasillo, muy oscuro, sin apenas luz. Al fondo de éste se podía distinguir una pequeña mancha blanca. No se apreciaba con claridad.
-Quédate aquí. No te muevas.- me ordenó Albert.
Le hice caso, y observé como se dirigía hacia el cuadro.
Posó su mano sobre la figura blanca que estaba dibujada, y de repente, una enorme mancha comenzó a aparecer en la pared, hasta convertirse en una puerta metálica.
-Vamos, acércate.- dijo Albert mientras hacia señas con la mano para que me acercara.
Vi que les hacia una especie de gesto con la cabeza a los dos guardias. Inmediatamente, se marcharon.
Me acerqué hacia él. Mi corazón latía demasiado fuerte. Se me mezclaban los nervios y el miedo. Procuré parecer tranquila, pero no actúo demasiado bien.
-No te agarraré, pero espero que no intentes escapar. El palacio esta rodeado de guardas. Solo tengo que gritar, y acudirán a atraparte.
-De…de acuerdo. – respondí tristemente. Tenía la esperanza de que ablandara un poquito, y me dejara escapar, pero parecia imposible…
Al lado de la puerta se encontraba una especie de pantallita pequeña. Albert posó su mano sobre ella, y después de reconocérsela, ésta se abrió.
La atravesamos. Al principio no pude visualizar nada ya que se encontraba muy oscuro.
Esperé a que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad. Después, observé que un enorme pasillo, como una especie de cueva profunda, se encontraba frente a nosotros.
Tirité. Hacia mucho frío allí dentro.
Albert se percató de aquello, y acto seguido se quito su sudadera negra con rallas blancas, que hacia juego con sus deportivas anchas y negras.
Se quedó en manga corta. Aquella camiseta le marcaba los músculos.
“Está guapísimo”. Pensé sin darme cuenta de que me había quedado mirándole como una tonta.
-Ten.- dijo mientras me la tendía. Me miró a los ojos, y mi mirada se perdió en aquellos dos brillantes ojos…
Era tan guapo. Deseaba coger su sudadera, ponérmela, y no separarme de ella en la vida. Pero no podía. Aquello solo empeoraría mas las cosas…
Cada vez que le miraba, cada vez que me dirigía una palabra, a pesar de que fuera una como “no intentes escapar”, mi corazón se desbocaba, y eso era malo, muy malo. Representaba que cada vez me estaba enamorando más y más de él. Y eso no podía ser. No podía enamorarme de alguien que estuviera a las órdenes de lord William. No, no podía. Él era mi enemigo…
-No… no la quiero. No tengo frío.- me negué, apartando mi mirada de la suya, y pareciendo borde, algo que no dio mucho resultado, ya que de mi boca salió un fino hilo de voz.
-Si, si la quieres. Mira.- dijo señalando mi desnudo brazo.- ¿sabes que es esto? Se le llama piel de gallina, y sale cuando alguien tiene frió.
Me mordí el labio. Aquella piel de gallina me había delatado.
-¿Por qué?- pregunté
Se extrañó, pero no dijo nada
-¿Porque me dejas tu sudadera? Se supone que no soy más que una simple prisionera. No importa el frío que yo pase, lo univoque importa es que le dé este colgante a lord William, y si no lo ago, moriré. Que más da el frío que pase.
Albert se sobresalto con mis palabras…
Al ver que no contestaba, le miré. Me devolvió la mirada y se dispuso a hablar.
-Yo… Bueno… Veras…-tartamudeó- No eres una simple prisionera…- susurró muy bajito, pero tenía un oído bastante bueno, y le escuche.
-¿Qué? -Pregunté extrañada al oírlo.
-Na…nada.- apartó su mirada de la mía. Seguí mirándole, y observé como se sonrojaba.- Mira, si la quieres, cógela, y si no, peor para ti. Dentro de la celda, hace mucho más frío que aquí. – su voz cambió, pareciendo mas dura.
Todo aquello me confundió. Cuando le dije que iba a morir de todos modos, esperaba una respuesta como: Si, es verdad, o algo por el estilo. Pero no. El comenzó a tartamudear, y me habló amablemente…
Aunque, aquello no duró mucho, ya que su voz se acababa de tornar un tanto seca.
Opté por aceptarla. La verdad, es que estaba helada.
-Gra…gracias.- respondí.
Le miré, y me dio la impresión de que una pequeña sonrisa, asomaba por su rostro. Pero no estaba del todo segura, ya que después, volví a ver su serio rostro.
Me la puse. El frío desapareció.
Aquella sudadera desprendía un olor tan… reconfortable.
No volvió a dirigirme la palabra hasta que llegamos a una puerta.
-Es aquí.-Exclamó de nuevo con aquel persuasivo y seco tono de voz, mientras se disponía a abrir la puerta. En La parte de arriba de ésta, se encontraba una pequeña ventana con barrotes.
Me indicó que entrara. Le miré, suplicando que no lo hiciera, que me dejara marchar.
Yo no era más que una chica de 15 años. ¡Mi vida no podía acabarse en una horrible celda! No me lo merezco…
Me devolvió la mirada. Una mirada llena de lastima. Si, sentía lastima hacia mí.
No pronunció palabra, simplemente, se dispuso a mirarme, con aquellos ojos que provocaban que mi corazón latiera cada vez mas y mas fuerte.
Nada. No había forma de que me dejara marchar, y bueno, tenia su lógica, ya que si yo tuviera la obligación de cumplir las ordenes de lord William, lo haría. Solo con imaginarme el castigo que les espera a los que las incumplen… ¡se me ponen los pelos de punta!
Lo único que no entendía, era… ¿A quien se le ocurre ser ayudante de lord William?
¿Por qué Albert lo era? Supongo… que debía de haber alguna solución lógica, y yo, me iba a ocupar de averiguarla.
Me dispuse a entrar, y me percaté de que aun llevaba su sudadera. Tenía la intención de quitármela para devolvérsela cuando me frenó.
-Quédatela. Ya te dije antes que ahí dentro hace mucho mas frío que aquí.- Se dio cuenta con la forma en que le miraba, y respondió- Tranquila, tengo muchas más. Además, muy pocas veces tengo frío. Ahora lo importante es que tú no mueras congelada.-exclamó para mi sorpresa. ¿Por qué se comporta como si se preocupara de mí? ¿Porque a veces es tan amable, y después, cambia como si nada? Aquellas dos preguntas no dejaban de formularse en mi mente, y debía encontrarles solución.
-Bueno… Pero en cuanto pueda, te la devuelvo.- Me sonrió.- Aunque… Será dentro de bastante tiempo… -suspiré entristecida.
-Quien sabe… A lo mejor no es tanto como tú crees.- susurró. Le miré, extrañada. No entendía lo que acababa de decir. No me dio tiempo a preguntar, ya que seguido exclamó- Entra, tengo que cerrar la puerta…
Sin más remedio, entré. Cerró la puerta a mis espaldas. Me dí la vuelta, y me asomé por la diminuta ventana.
-¿A dónde vas?- pregunté cuando vi que se marchaba.
-Me marcho, Ya he cumplido con mí deber… -y se fue, desapareciendo en la oscuridad del pasillo.
Era extraño. Yo pensaba que se quedaría allí, de vigilancia…
No le di importancia, y me dispuse a observar la habitación en la que me encontraba.
Era pequeña, y olía a humedad. Estaba sucia, muy sucia, y de cada esquina surgía una telaraña.
En la parte derecha de la habitación, yacía una cama metálica, sin almohada. Tenia una pinta impresionable de ser incomoda.
En la pared de la izquierda, se encontraba una minúscula ventana que daba al exterior. Una fina gama de luz nocturna se filtraba por ella iluminando una pequeña parte de la habitación.
Debajo de la minúscula ventana, yacía una puerta entreabierta, y en el interior de ésta, se podía observar un oxidado retrete metálico.
Suspiré, y me dirigí hacia la cama. Era lo único de la habitación que se encontraba en buen estado, por así decirlo…
Me tumbé en ella, y cerré los ojos. Eran las 11:00, y estaba muy cansada.
Ya buscaría mañana alguna solución para escapar de allí. Ahora, lo único que quería era descansar, así mañana, estaría con fuerzas suficientes para todo lo que me esperaba.
Me acurruqué, y dejé de pensar.
Al minuto me quedé dormida, con aquel acogedor olor que desprendía la sudadera de Albert…

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Pink Moustache