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viernes, 19 de noviembre de 2010

capitulo 21


Corrí durante varios minutos. Tras haber salido de aquellas cuevas subterráneas, me dirigí por los pasillos hacia la salida, sin pararme a pensar donde se encontraba. Por suerte la localicé sin problemas, y para mi sorpresa, no había ni un solo guarda vigilándola.
En cuanto escapé de aquel horrible palacio, me detuve frente a unos árboles a coger aire. Estaba agotada.
Después de descansar durante varios minutos, miré a mí alrededor. Lo único que sabía era que me encontraba en Lorhmania, pero no sabia en que parte de la ciudad.
Recordaba como había venido hasta aquí. En coche. Pero ahora, ¿Cómo iba a volver?
No se visualizaba ningún taxi por la zona…
Empecé a andar, por el interior de aquel bosque, y al fin, llegué a la zona donde nos dejó aquel coche ayer.
Me detuve a pensar. Mi madre paso por mi cabeza. ¡Claro! Ahora si que podía llamarla.
Saqué el móvil del bolsillo, y para mi sorpresa, estaba apagado. ¡Sin batería!
-Valla hombre, todo me tiene que pasar a mí. – me dije de mala gana.
Me quedé en silencio, y en ese mismo instante, escuché una especie de chirrido. No sé de donde provenía, pero aquello, me dio una idea.
Esperanzada, silbé. Silbé con todas mis fuerzas, con la esperanza de que Athos, viniera en mi busca. Mi padre dijo que solo tenía que silbar, y el aparecería.
Tras cinco minutos esperando impacientemente, me senté en el suelo, rendida.
Athos no aparecía, no tenia móvil... ¿Cómo pretendía volver a casa?
Un sonido que provenía de detrás de unas colinas llamó mi atención. Cada vez se escuchaba con más intensidad. Finalmente lo descubrí.
Un enorme caballo negro, se dirigía con su hermoso galope hacia mí. El viento azotaba sus bellas y negras crines.
Lo miré con admiración, mientras se detenía delante de mí.
Alegremente, lo acaricié, y me subí a lomos de él.
-Llévame con mamá Athos, con mamá.
Acto seguido, el semental comenzó a trotar, y tras unos segundos, ya había comenzado a galopar a la velocidad del rayo.
Por fin. Por fin me encontraba a salvo.
----------------------PARTE NARRADA POR ALBERT------------------------
Aquella chica… ¿Annie? Si. Así se llamaba. Un nombre realmente precioso, y del cual, nunca me olvidaría.
No se como ocurrió, pero desde que la observé por primera vez, un extraño sentimiento floreció en mi interior, y desde entonces, no a parado de crecer.
No sé que significa, ni por qué. Nunca me había sucedido nada parecido con alguien. Ella… Ella es especial. Tal vez, esa ha sido la razón por la que la he dejado marchar, a pesar de saber lo que me esperaba cuando lord William lo descubriera.
Aquel momento junto a ella, aquí, en las cuevas, no lo olvidaré nunca…
Piiiiiiiiii piiiiiiiiiii piiiiiiiiiii
Aquel doloroso pitido me sacó de mis pensamientos.
Me di la vuelta, y vi a dos fornidos hombres que se dirigían hacia mí.
-¿Qué ha sucedido?- pregunté en cuanto se detuvieron frente a mi. Lo sabia, si, sabia lo que ocurría. Se habían dado cuenta de que Annie no estaba.
-¿Cómo te atreves a preguntarlo?- respondió el más grande.
Le miré atentamente, sin responder.
-Sabemos lo que has hecho Albert, y lo vas a pagar caro, muy caro.- esta vez habló el otro hombre.
-Si. Lord William vio por las cámaras a Annie escapar del palacio. Él te ordenó a ti que la vigilaras. Es imposible que se te haya escapado sin que te dieras cuenta. Tú la has ayudado a escapar.- me acusó. Si, estaba perdido. Me habían descubierto mas rápido de lo que pensaba.
-Lord William te está esperando. Quiere hablar con tigo…
Asentí, y comencé a andar hacia la salida de las cuevas subterráneas.
Aquellos dos hombres, a los cuales había visto alguna vez por el palacio, pero que desconocía sus nombres, me siguieron. Cerré la puerta tras ellos, y me dirigí por el pasillo hasta la sala en la que yacía lord William.
Me acerqué por la brillante alfombra roja, y me planté de rodillas en frente suyo.
-Albert, Albert, Albert. Me has decepcionado mucho, que lo sepas.- su voz era calmada, demasiado calmada. Y eso era malo…
-Yo… Lo siento.- Agaché la cabeza. No quería mirarle a los ojos. No me atrevía.
-¿Crees que con un simple lo siento se arregla todo?- su tono cada vez era mas frío.- ¿Sabes lo que has hecho? ¡La has dejado escapar! ¡Con todo lo que me había costado, y vas tú, y la dejas escapar! Por fin la tenía Albert. ¿Es que no te das cuenta? Por fin iba a conseguir el poder del colgante, y un simple mocoso como tú va y me traiciona. No me lo esperaba de ti Albert, no me lo esperaba.
No dije nada. Seguí con la cabeza gacha, clavando mis ojos en el brillo de la alfombra.
Volvió a hablar.
-Con que, ¿no vas a responder?
Lo miré, sin decir palabra.
-De acuerdo. Guardas, ¡encerrarlo! Después me ocuparé de él, y de su hermano. ¡Vamos!- les ordenó a aquellos dos fornidos hombres
-¿Qué? ¡No! No, por favor. Lord William, lo siento. Por favor, podéis matarme a mí, pero a mi hermano no le hagáis nada. El no tiene la culpa…- respondí horrorizado.
-¿Por qué no he de hacerlo? Por qué… ¿un traidor como tú me lo pide?
-Yo…- recapacité, y al fin lo dije. No tenía mas remedio. De lo contrario, mi hermano y yo moriríamos.- Haré lo que tu me pidas. Si, haré todo lo que me pidas.
-¿Todo? ¿Harías todo lo que te pidiera solo por salvar a tu hermanito?- sé paró a pensar.
-Si. Si señor.
-De acuerdo. Pero te lo advierto, como vuelvas a traicionarme, dejaré de darle la medicina a tu querido hermanito, y morirá asfixiado, ¿Queda claro?
-S…Si…-respondí tristemente.
-Bien, eso espero…
-Que… ¿Que tengo que hacer?- conseguí preguntar. Me temía lo peor.
-Muy sencillo. Me he dado cuenta, mientras te observaba, como brillaban tus ojos cuando ella estaba cerca. Si, ya ves, me doy cuenta de todo. Se que le has dejado escapar, porque dentro de ti yace un sentimiento hacia ella.
No voy a matarte, ni a ti, ni a tu hermano, pero por traicionarme de ese modo, voy a hacer que sufras para que así aprendas la lección sobre hacer las cosas antes de pensarlas.
Lo que deberás hacer será inscribirte en la escuela de Wasserfall. Contarle cualquier trola a Annie, no sé, decirle que te has escapado cuando la dejaste marchar, que ya no estas a mis ordenes… Lo que quieras. Pero que te crea. Te haces su amigo, en el cual pueda confiar, y tras pasados unos meses, cuando ella ya obtenga la gran mayoría de las perlas en su poder, me la entregas. Yo te avisaré.
La mandíbula se me desencajó, un horrible escalofrío recorrió todo mi cuerpo, y se me removió el estomago.
-¿Quieres decir, que debo traicionarla? ¿Mentirle?
-¡Exacto! Veo que captas las cosas a la primera.
-Pero yo… No… No puedo hacer eso…
-¿A no? No importa, no necesito tu ayuda. Ni a tu hermano. Sin ti, el es un simple estorbo para mi. Con lo cual, si no haces lo que te he pedido, tu hermano morirá, al igual que tú - respondió con una fría sonrisa en la boca. Dios, como le odiaba. ¡No me podía hacer esto! Me encontraba entre la espada y la pared…
-Pero… pero…- tartamudeé.
-No hay pero que valga. Tú eliges, salvar a tu hermano traicionando a tu querida Annie, o quedarte con ella y que tu hermanito muera.

capitulo 20

Estaba asustada, mucho.
Le miré, con temor. Temor a que volviera a encarcelarme, temor a volver a aquella horrible celda donde me encontraba más sola que nadie.
Me miró, de arriba abajo, y finalmente, se detuvo en mis ojos.
Su cara no tenía ninguna expresión. Felicidad, tristeza, admiración, odio… nada. La primera vez que veía una cara humana sin expresión.
Volví a sentir aquel horrible miedo que me invadía de nuevo.
No dijo ni una sola palabra, simplemente se dispuso a mirarme. Aquel silencio estaba resultando ser un tanto incomodo.
Finalmente, se decidió por hablar. Temí. Temí que dijera: ¿Cómo has conseguido escapar? No deberías haberlo echo, verás cuando lord William se entere. No saldrás viva de esta…
Los pelos del brazo se me erizaron cuando me imaginé aquellas palabras brotando de la boca de Albert.
-La verdad es que, no te queda nada mal mi sudadera. Para nada.- sus palabras me sorprendieron. Me quedé sin habla. Sin saber que responder.
-Yo… ehh…- intenté pronunciar, sin saber con exactitud que decir.- Bueno… gracias.- opté por lo mas sencillo.
-¿Cómo has conseguido escapar?- pronunció aquellas palabras que tanto temor me causaban. No contesté, y esperé a que continuara con la frase. No lo hizo. Al parecer, había terminado.
-Emm… Bueno… yo…- Hice un enorme esfuerzo para que las palabra salieran de mi boca. Estaba demasiado asustada.- pues… es un poco largo…
-Eso.- señaló mi colgante para mi sorpresa.- lo has utilizado ¿no? Escuché a lord William decir que tenía un gran poder. Pero que por desgracia, lo poseía una niñata como tú. Que eso debería ser suyo.- su cara seguía sin expresión.
Lo miré atónita, pero no respondí. Se volvió a tornar un desagradable silencio entre nosotros. Finalmente, acabó con él.
-¿Se lo vas a entregar?
Su pregunta me pillo desprevenida.
-¿Qué? No… nunca.- dije lo primero que pasó por mi mente. Lo pensé mejor.- Quiero decir… no puedo.
-¿Por qué no?
-¿Por qué me lo preguntas?
No respondió. Seguí ablando.
-Mira, si lord William te ha ordenado que vengas a quitármelo, estas perdiendo el tiempo, podéis encarcelarme, torturarme, incluso matarme. Pero de ningún modo lograreis quitármelo- dije nerviosamente, parando a coger aire.- No permitiré que lord William consiga este colgante. No, no puede. Si lo hace, ¡todos correremos peligro! ¿Es que no lo entiendes?
Dios, no se porqué razón estas con el, la verdad, es que no tengo ni idea. Ni siquiera puedo imaginármelo, ya que me parece completamente estúpido por tu parte. ¿Cómo puedes ayudar a una persona como lord William? ¿Estas mal de la cabeza? ¿Acaso no sabes lo que el pretende hacer con todos nosotros, incluso con tigo? ¿Crees, que porque estés de su parte, podrás vivir feliz y sin complicaciones? ¡ESTAS COMPLETAMENTE EQUIVOCADO!- grité, atacándole. Se dispuso a mirarme, sorprendido. No se lo esperaba. Esperé que me pegara, que me gritara, pero no hizo nada. Continuó observándome.
Tras un largo silencio, respondió.
-Si. Lo sé todo. Sé lo que lord William planea, y también se para qué quiere tu colgante.- su tono era suave, tranquilo. Algo que me sorprendió.
Su respuesta me pilló por sorpresa, no me lo esperaba. Pero lo que mas me inquietó, es que lo decía con toda la tranquilidad del mundo. Como si lo que el hacia, fuera algo normal.
-¿Y? ¿Te parece algo normal? No te entiendo. ¡Estas loco! ¡Completamente loco! No entiendo como una persona tan joven como tú, puede arruinarse la vida de tal forma. No me cabe en la cabeza. En conclusión. ¡Eres estúpido!- grité de impotencia. Unas enormes ganas de llorar me invadieron, pero las contuve, haciendo un gran esfuerzo.
Finalmente, la expresión de Albert se tornó, y se volvió más triste.
-Si… Tienes razón… Me he arruinado la vida…- susurró para mi sorpresa.- Pero… ¡No tenia otra opción! ¡Tú eres la que no lo entiendes! Si hubieras estado en mi lugar, tu también lo hubieras echo...- ahora era él quien me gritaba. No comprendía ninguna de sus palabras.- mi hermano… mi hermano…- susurró muy bajito.
-¿Qué sucedió? ¿Qué ocurre con tu hermano?
-Déjalo. No es el lugar ni el momento para contártelo. Además, no estoy seguro de si lo entenderías…- su tono se endureció.
-Pero…- repliqué. Quería saber lo que guardaba en su interior. Necesitaba saberlo. Tal vez aquello conseguiría que me sintiera mejor. Me ayudaría a entenderle a él. A la persona de la que tan enamorada estaba.
-Pero nada.- me cortó.- Ahora, es mejor que te vallas- señaló la salida.
-¿Qué?
-Lo has oído perfectamente. Vamos, lárgate antes de que lord William se de cuenta de que no estas.
-Pero… ¿por qué? ¿Por qué me ayudas?
Se lo pensó durante unos segundos. Finalmente dijo:
-No preguntes, no hay tiempo.- Tanto misteriosismo me estaba poniendo de los nervios.
Señalé su sudadera, y sin dejarme hablar respondió:
-Quédatela. Ya te lo dije, te queda genial. Incluso mejor que a mí.- su tono se endulzo, y esta vez, mostró una sonrisa, tan perfecta, que provoco que me temblara todo el cuerpo.
Le sonreí.
-Bueno… No es para tanto. Te la devolveré. Gracias, gracias por dejarme escapar. De verdad. Pero que te quede una cosa clara, no voy a parar hasta descubrir porqué. Voy a descubrir la razón por la que te encuentras aquí, y la razón por la que has decidido ayudarme. Ayudarme oí, ya que ayer me encarcelaste…- le sonreí, y eché a correr, sin darle tiempo a responder.
No podía creer lo que me acababa de suceder. Albert, mi querido Albert, me había dejado escapar. Después de todo, no resultaba ser tan malo como yo pensaba.
Si. Estaba decidida. Iba a hacer todo lo posible por saber más de él. Y ayudarle, ayudarle a salir de ese infierno…

capitulo 19, tengo que escapar

Me senté en la cama, y me dispuse a pensar en el modo de poder utilizar el poder de la perla del aire.
Tras pasados 10 minutos, decidí colocar las manos una en frente de la otra, con la esperanza que de ellas profanara una especie de viento o algo parecido, como sucedía en las películas. No funciono.
Lo intenté durante cuatro veces, y a la quinta, me rendí. No había forma de que funcionara. Además, me sentía ridícula.
Tal vez, yo no era la persona que todos esperaban que fuese. Quizá, se habrían confundido…
Resoplé, y una pequeña lágrima asomó por uno de mis ojos.
En ese mismo instante, el colgante volvió a brillar.
Resoplé de nuevo. Por mucho que brillara, yo no tenia ni idea de que hacer con ello…
Observe como la intensidad del brillo crecía. Crecía con cada soplido mío…
-¡Si! ¡Eso es!– grité emocionada, y acto seguido me cubrí la boca. Me puse en pie corriendo, y me asome por la ventanilla. El pasillo seguía estando vacío. -Menos mal.-suspiré.
Me arrodillé, colocándome frente a la cerradura. Una cerradura poco común.
Soplé en el interior de ella, pero no sucedió nada.
En ese momento, caí en la conclusión de que el viento lo creaba con mi aliento, pero que él, por si solo, no hacia nada. ¡Debía darle forma de llave!
Sino, no podría abrir la puerta.
Coloqué las manos en posición de “pedir”. Es decir, la mano derecha sobre la mano izquierda, formando una especie de cuenco.
Soplé en el interior de éstas, y una extraña sensación las recorrió.
No veía nada, el aire que había creado era invisible, pero sabia que estaba allí ya que notaba como si algo, la hoja de un cuchillo, rozara mis palmas.
Examiné la cerradura, e imaginé como seria la llave que la abriría.
Note como el aire que contenía en mis manos, se iba transformando, hasta optar un tamaño mas pequeño, pero que seguía sin ser visible.
Moví las manos, y lance la “llave” contra la cerradura. Una especie de sonido chirriante provocó que los oídos me dolieran.
Coloqué mi mano frente a la cerradura y la giré. La llave que había creado, se giró junto con mi mano, y de esta forma, la puerta se abrió, tras un silencioso estruendo.
Orgullosa, sonreí.
Había creído en mí, y de esa forma, lo había conseguido.
Me asomé por aquel siniestro pasillo.
Agudicé mi oído, aunque no escuchaba demasiado bien, ya que el chirrido de antes me había provocado una pequeña sordera.
No se percibía nada.
Me quedé mirando, frente a la pared. La toqué. Era una pared de rocas, como la de una cueva.
Mejor dicho… Me encontraba en una cueva.
Debían de haber tardado una barbaridad en excavarla.
Me di la vuelta, y mire más allá de mi celda. El pasillo se agrandaba por allí.
Supuse que más celdas, con gente, se encontrarían allí.
Un desagradable escalofrío me recorrió. Dí gracias a que aun llevaba la sudadera de Albert, ya que hacia un frío terrible…
“Va a ser, que se queda sin sudadera…” recapacité, un poco preocupada, pensando de nuevo en él, como de costumbre…
Comencé a andar lentamente, sin ver nada, ya que el pasillo se encontraba en la penumbra.
Tras unos segundos caminando, aprecié una especie de luz blanquecina a lo lejos.
¡La salida! Si. Aquella era la puerta que daba a estas celdas subterráneas, y para mi suerte, se encontraban abiertas.
Sin pensármelo dos veces, eche a correr hacia ella.
Corrí a ciegas, ya que la única luz que yacía en aquel pasillo era la de la salida.
Cada vez iba cogiendo más velocidad. ¡Estaba contentísima! Por fin iba a salir de aquel horrible lugar.
Me encontraba a pocos metros de la salida, cuando de repente choqué con algo… y caí al suelo, por el impulso. Todo sucedió muy rápido.
Me incorporé, acariciándome la cabeza. Al caer, me la había golpeado, y la tenia dolorida.
En cuanto lo vi, me quede atónita. El miedo comenzó a invadirme de nuevo.
¡Me habían descubierto!
Con todo el esfuerzo que había hecho para poder escapar de aquí, y justo ahora que estaba a milímetros de salir, va, y aparece…

capitulo 18

Me sobresalté. Al parecer había tenido una pesadilla ya que a pesar del frío que hacia, de mi frente caían unas pequeñas gotas de sudor.
Intenté recordar que era lo que tanto temor me había causado para sobresaltarme así, pero no lo conseguí. No lograba acordarme.
Me puse en pie y miré a mí alrededor, un poco alteraba.
Tras observar la habitación durante varios minutos, recordé que me encontraba en una de las celdas del palacio.
Lo había olvidado por completo.
Me senté en la cama, rodeando las rodillas con los brazos, y comencé a llorar.
No dejaba de pensar en mi padre, en mi abuela, en mi madre, y en Layla…
Con lo feliz que era hasta hace nada, y ahora toda mi vida se había arruinado.
De vivir en una bonita casa, he pasado a estar en esta pocilga. A saber durante cuanto tiempo debía estar aquí, tal vez unas semanas, o tal vez durante el resto de mi vida, hasta morir…
Y Albert. Cada vez que pensaba en él, me daba un vuelco el estomago, y una enorme angustia recorría todo mi cuerpo.
Enterarme de que la persona de la que me había enamorado, era un ayudante de lord William… era demasiado. No estaba preparada para aquello. ¿Por qué el? ¡Con todas las personas que había en el mundo, tenia que enamorarme de él!
Ya nada tenía importancia… ¿Para que? ¿Para que luchar, y ser fuerte si aquella persona que tanto me gustaba, aquella persona que estaba convencida que seria quien me ayudaría y me apoyaría, resultaba ser aquella que hace unas horas me había encarcelado?
Ya nada merecía la pena…
Todo esto me estaba volviendo loca.
Además, no le veía mucha lógica a que Albert yaciera con lord William por su propia voluntad… ¿O tal vez si?
Tenía mis propias dudas. Pero lo que si tenia claro era, que de algún modo, debía averiguarlo.
Tal vez la respuesta fuera dura, pero no me importaba. Debía saber la verdad. La verdad sobre él.
-Un momento -grité alterada apartando todos aquellos pensamientos e introduciendo mi mano en el interior del bolso.
Si. Allí estaba mi móvil, tal y como lo había dejado el día anterior. Por suerte, aquellos dos payasos no me lo habían robado cuando me habían cogido en aquel callejón.
Una nube de esperanzas recorrió mi cuerpo.
Lo encendí, con la esperanza de poder llamar a mi madre, poder decirle donde me encontraba y así poder salir de aquí de una vez.
Busqué su número, y acto seguido pulsé el botón verde de llamada.
Mi corazón comenzó a latir velozmente.
Escuché durante unos segundos, pero nada. No se oía nada.
-¿Ma…Mamá?- tartamudee, a causa de los nervios.
Silencio.
Extrañada, miré en la pantalla del móvil, y entonces lo entendí todo: ¡No había cobertura! Solo podía hacer llamadas de emergencia, y en este momento, no me servia para nada, ya que, ¿Qué les contaría? ¿Qué estoy en un lugar mágico, al que solo se puede acceder con poderes? ¿Qué me había encerrado un tal William porque quería mi colgante, ya que con él podría gobernar el mundo?
Me tomarían por loca… Por una completa loca.
Además, no encontrarían la forma de localizarme, ya que solo podrían venir aquí si poseerían poderes, y dudo mucho que los tuvieran.
Adiós a todas mis esperanzas.
Pensé en acostarme de nuevo, pero seguidamente lo retiré. No eran más que las 5:00 de la mañana, pero ya no tenía sueño.
“Mi madre estará preocupadísima” pensé mientras comenzaba a llorar.
-Basta Annie basta.- me dije. Tengo que ser fuerte. Aquí sentada y llorando no hago nada. ¡No! No me puedo quedar de brazos cruzados. Debe de haber algo que pueda hacer.
Me dirigí hacia la puerta y me asomé por la ventanilla.
¿Y Albert? ¿Dónde se encontraba Albert?
Decidí dejar de pensar en él. Debía olvidarlo. Algo que me resultaba realmente difícil.
Y más, teniendo esta preciosa sudadera suya… Joder, otra vez lo estoy haciendo. Otra vez vuelvo a pensar en el… No se que tendrá aquel chico para que me sea tan difícil olvidarlo…
El pasillo estaba en la penumbra. No se escuchaba nada.
Había esperado encontrarme con alguien, algún guarda vigilando o algo, pero no. No había nadie.
Perfecto. Tenía vía libre. Ahora solo tenia que encontrar la forma para poder abrir aquella puerta.
Comencé a pasearme, por la habitación. Me dispuse a recapacitar, buscando alguna solución y de repente, una brillante luz blanca sobresalió de mi colgante. La miré atónita, haciendo un gran esfuerzo, ya que la luz era cegadora. Se fue amainando, hasta quedarse en un pequeño destello que provenía de una de las perlas, la del aire.
Empecé a pensar, y lo entendí.
Debía utilizar el poder del aire para poder abrir la puerta. Solo tenía que crear una especie de viento, introducirlo en el interior de la cerradura, y hacer que girara hasta que se abriera la puerta.
Pero había un problema. ¡No tenia ni idea de como se hacia eso!
En la escuela no me lo habían enseñado. Simplemente sabía cuatro cosas: mover algún que otro objeto y poco más. Pero aquello no me servia para nada…
En aquel momento, recordé las palabras de mi madre: “te enseñaran a usar parte de tus poderes en la escuela, la otra parte, la tendrás que aprender tú por tu cuenta […]”
Y eso significaba, que debía aprender a abrir la puerta por mi cuenta.
“Es imposible, no voy a ser capaz de aprender esto por mi cuenta, y en poco tiempo. Voy a tener que quedarme aquí, durante mucho tiempo…” pensé sin esperanzas.
Estaba perdida… o eso creía.

capitulo 17, encarcelada...

Después de compartir una profunda mirada, se dirigió hacia mí.
-¡Espera!- dije apartando mi mirada de Albert y dirigiéndola hacia lord William.-¡No… no… no puedes encarcelarme! ¡Por favor! Deja que me valla. ¡Yo no puedo quedarme aquí! ¡Tengo una vida, unas amigas, una familia! Ellos me necesitan! Entiéndelo por favor. Déjame marchar!
-Jajaja.- rió- ¿de verdad pretendes conmoverme y hacerme cambiar de opinión con ese ridículo discurso? Se ve que no me conoces del todo.- dijo sarcásticamente.- tu no te vas de aquí, sin antes darme el colgante.
-¡NUNCA!- chillé, y sin pensármelo eché a correr hacia la puerta. Escuché a lord William gritar para que vinieran a por mí. Justo cuando tenía la intención de abrir la puerta, alguien me agarro fuertemente de la espalda, provocando que cayéramos al suelo. Me incorporé, y vi que Albert se levantaba poniéndose en pie. Me alcé nerviosa. Me agarró, para que no volviera a escapar.
Intente soltarme, pero no hubo manera.
-Yo que tú, me quedaría quieta. Solo empeoraras las cosas. No conoces a lord William, y mejor si no lo haces.- me susurró al oído. Aquello me hizo temblar. No se si por el miedo, por la rabia, o por que él me había susurrado al oído.
Me rendí. No había forma de escapar de allí.
-Albert, llévate a la mocosa ésta. ¡Vamos!
Me agarró del brazo y me empujo junto a él.
En la puerta principal, se encontraban dos hombres, con armadura. No sé de donde habían salido, ya que hace nada, no estaban.
Se abrió la puerta a nuestro paso. La atravesamos, dejando atrás la sala del trono, y con ella, a lord William.
Aquellos guardas de la puerta nos siguieron por detrás, supongo que para asegurarse que no intentara escapar de ningún modo.
Atravesamos el comedor, y nos dirigimos pasillo adelante.
No me atreví a pronunciar ni una sola palabra, estaba dolida, y muy asustada.
Llegamos a una habitación. Era pequeña y diría que estaba vacía salvo por un enorme cuadro que yacía colgado de la pared. Al verlo, se me pusieron los pelos de punta. Tenía algo muy siniestro. En él estaba dibujado una especie de pasillo, muy oscuro, sin apenas luz. Al fondo de éste se podía distinguir una pequeña mancha blanca. No se apreciaba con claridad.
-Quédate aquí. No te muevas.- me ordenó Albert.
Le hice caso, y observé como se dirigía hacia el cuadro.
Posó su mano sobre la figura blanca que estaba dibujada, y de repente, una enorme mancha comenzó a aparecer en la pared, hasta convertirse en una puerta metálica.
-Vamos, acércate.- dijo Albert mientras hacia señas con la mano para que me acercara.
Vi que les hacia una especie de gesto con la cabeza a los dos guardias. Inmediatamente, se marcharon.
Me acerqué hacia él. Mi corazón latía demasiado fuerte. Se me mezclaban los nervios y el miedo. Procuré parecer tranquila, pero no actúo demasiado bien.
-No te agarraré, pero espero que no intentes escapar. El palacio esta rodeado de guardas. Solo tengo que gritar, y acudirán a atraparte.
-De…de acuerdo. – respondí tristemente. Tenía la esperanza de que ablandara un poquito, y me dejara escapar, pero parecia imposible…
Al lado de la puerta se encontraba una especie de pantallita pequeña. Albert posó su mano sobre ella, y después de reconocérsela, ésta se abrió.
La atravesamos. Al principio no pude visualizar nada ya que se encontraba muy oscuro.
Esperé a que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad. Después, observé que un enorme pasillo, como una especie de cueva profunda, se encontraba frente a nosotros.
Tirité. Hacia mucho frío allí dentro.
Albert se percató de aquello, y acto seguido se quito su sudadera negra con rallas blancas, que hacia juego con sus deportivas anchas y negras.
Se quedó en manga corta. Aquella camiseta le marcaba los músculos.
“Está guapísimo”. Pensé sin darme cuenta de que me había quedado mirándole como una tonta.
-Ten.- dijo mientras me la tendía. Me miró a los ojos, y mi mirada se perdió en aquellos dos brillantes ojos…
Era tan guapo. Deseaba coger su sudadera, ponérmela, y no separarme de ella en la vida. Pero no podía. Aquello solo empeoraría mas las cosas…
Cada vez que le miraba, cada vez que me dirigía una palabra, a pesar de que fuera una como “no intentes escapar”, mi corazón se desbocaba, y eso era malo, muy malo. Representaba que cada vez me estaba enamorando más y más de él. Y eso no podía ser. No podía enamorarme de alguien que estuviera a las órdenes de lord William. No, no podía. Él era mi enemigo…
-No… no la quiero. No tengo frío.- me negué, apartando mi mirada de la suya, y pareciendo borde, algo que no dio mucho resultado, ya que de mi boca salió un fino hilo de voz.
-Si, si la quieres. Mira.- dijo señalando mi desnudo brazo.- ¿sabes que es esto? Se le llama piel de gallina, y sale cuando alguien tiene frió.
Me mordí el labio. Aquella piel de gallina me había delatado.
-¿Por qué?- pregunté
Se extrañó, pero no dijo nada
-¿Porque me dejas tu sudadera? Se supone que no soy más que una simple prisionera. No importa el frío que yo pase, lo univoque importa es que le dé este colgante a lord William, y si no lo ago, moriré. Que más da el frío que pase.
Albert se sobresalto con mis palabras…
Al ver que no contestaba, le miré. Me devolvió la mirada y se dispuso a hablar.
-Yo… Bueno… Veras…-tartamudeó- No eres una simple prisionera…- susurró muy bajito, pero tenía un oído bastante bueno, y le escuche.
-¿Qué? -Pregunté extrañada al oírlo.
-Na…nada.- apartó su mirada de la mía. Seguí mirándole, y observé como se sonrojaba.- Mira, si la quieres, cógela, y si no, peor para ti. Dentro de la celda, hace mucho más frío que aquí. – su voz cambió, pareciendo mas dura.
Todo aquello me confundió. Cuando le dije que iba a morir de todos modos, esperaba una respuesta como: Si, es verdad, o algo por el estilo. Pero no. El comenzó a tartamudear, y me habló amablemente…
Aunque, aquello no duró mucho, ya que su voz se acababa de tornar un tanto seca.
Opté por aceptarla. La verdad, es que estaba helada.
-Gra…gracias.- respondí.
Le miré, y me dio la impresión de que una pequeña sonrisa, asomaba por su rostro. Pero no estaba del todo segura, ya que después, volví a ver su serio rostro.
Me la puse. El frío desapareció.
Aquella sudadera desprendía un olor tan… reconfortable.
No volvió a dirigirme la palabra hasta que llegamos a una puerta.
-Es aquí.-Exclamó de nuevo con aquel persuasivo y seco tono de voz, mientras se disponía a abrir la puerta. En La parte de arriba de ésta, se encontraba una pequeña ventana con barrotes.
Me indicó que entrara. Le miré, suplicando que no lo hiciera, que me dejara marchar.
Yo no era más que una chica de 15 años. ¡Mi vida no podía acabarse en una horrible celda! No me lo merezco…
Me devolvió la mirada. Una mirada llena de lastima. Si, sentía lastima hacia mí.
No pronunció palabra, simplemente, se dispuso a mirarme, con aquellos ojos que provocaban que mi corazón latiera cada vez mas y mas fuerte.
Nada. No había forma de que me dejara marchar, y bueno, tenia su lógica, ya que si yo tuviera la obligación de cumplir las ordenes de lord William, lo haría. Solo con imaginarme el castigo que les espera a los que las incumplen… ¡se me ponen los pelos de punta!
Lo único que no entendía, era… ¿A quien se le ocurre ser ayudante de lord William?
¿Por qué Albert lo era? Supongo… que debía de haber alguna solución lógica, y yo, me iba a ocupar de averiguarla.
Me dispuse a entrar, y me percaté de que aun llevaba su sudadera. Tenía la intención de quitármela para devolvérsela cuando me frenó.
-Quédatela. Ya te dije antes que ahí dentro hace mucho mas frío que aquí.- Se dio cuenta con la forma en que le miraba, y respondió- Tranquila, tengo muchas más. Además, muy pocas veces tengo frío. Ahora lo importante es que tú no mueras congelada.-exclamó para mi sorpresa. ¿Por qué se comporta como si se preocupara de mí? ¿Porque a veces es tan amable, y después, cambia como si nada? Aquellas dos preguntas no dejaban de formularse en mi mente, y debía encontrarles solución.
-Bueno… Pero en cuanto pueda, te la devuelvo.- Me sonrió.- Aunque… Será dentro de bastante tiempo… -suspiré entristecida.
-Quien sabe… A lo mejor no es tanto como tú crees.- susurró. Le miré, extrañada. No entendía lo que acababa de decir. No me dio tiempo a preguntar, ya que seguido exclamó- Entra, tengo que cerrar la puerta…
Sin más remedio, entré. Cerró la puerta a mis espaldas. Me dí la vuelta, y me asomé por la diminuta ventana.
-¿A dónde vas?- pregunté cuando vi que se marchaba.
-Me marcho, Ya he cumplido con mí deber… -y se fue, desapareciendo en la oscuridad del pasillo.
Era extraño. Yo pensaba que se quedaría allí, de vigilancia…
No le di importancia, y me dispuse a observar la habitación en la que me encontraba.
Era pequeña, y olía a humedad. Estaba sucia, muy sucia, y de cada esquina surgía una telaraña.
En la parte derecha de la habitación, yacía una cama metálica, sin almohada. Tenia una pinta impresionable de ser incomoda.
En la pared de la izquierda, se encontraba una minúscula ventana que daba al exterior. Una fina gama de luz nocturna se filtraba por ella iluminando una pequeña parte de la habitación.
Debajo de la minúscula ventana, yacía una puerta entreabierta, y en el interior de ésta, se podía observar un oxidado retrete metálico.
Suspiré, y me dirigí hacia la cama. Era lo único de la habitación que se encontraba en buen estado, por así decirlo…
Me tumbé en ella, y cerré los ojos. Eran las 11:00, y estaba muy cansada.
Ya buscaría mañana alguna solución para escapar de allí. Ahora, lo único que quería era descansar, así mañana, estaría con fuerzas suficientes para todo lo que me esperaba.
Me acurruqué, y dejé de pensar.
Al minuto me quedé dormida, con aquel acogedor olor que desprendía la sudadera de Albert…

capitulo 16, ¡no me lo puedo creer!

El viaje se me hizo eterno. Tardamos unos 20 minutos en llegar a Lorhmania. Miré mi reloj. Las 8:30. Eran las 8:30. “Espero que Layla se de cuenta de que no aparezco, y avise a mi madre. Ella sabrá como rescatarme...” Pensé tristemente. Por lo menos, una pequeña esperanza, yacía dentro de mí, pero que muy pronto, se esfumaría.
-Venga niña. Bájate, que ya hemos llegado.- grito Smith, sacándome del trance.
Me empujaron hacia fuera con fuerza provocando que mis piernas fallaran y cayera al suelo. Me hice un rasguño en la rodilla, del que comenzó a brotar sangre.
Gemí.
-Vamos, empieza a andar.- dijo Smith en tono enfurecido, volviendo a empujar de mí.
Volví a gemir.
-Deja de hacer ese estúpido ruidito.
-Ehhh Smith, ¿no crees que es por culpa del pañuelo? Quiero decir… que no puede decir nada mas…-aclaró Christopher.-creo que deberíamos quitárselo…
Smith dudó, pero al final accedió y me bajo el pañuelo dejando mi boca al aire libre.
-Por fin.- Suspiré.
-Si, si.- respondió.- pero como hables más de la cuenta, o digas alguna de tus estupideces, te lo vuelo a poner.
-De acuerdo…
-¡Vamos! ¿No puedes andar a más velocidad o que?- me cortó
-Si… pero es que, ¡me duele la rodilla!- me quejé
-¿A si? Ya lo siento, pero, ¡no es mi problema!
-¿Cómo? ¡Me he caído por tu culpa!- grité enfurecida.
Se me acercó.
-Mira, como vuelvas a gritarme, te vuelvo a poner el pañuelo y- dijo señalando su cuchillo.- ¡te corto la lengua!- dijo en tono amenazante.
-¡No puedes hacerme daño! Tú mismo lo dijiste en el auto. Dijiste que Lord William me quería viva…
-¡Cállate! Me gritó.- Me da igual lo que dijera, yo que tú no me tentaría, puedes llegar a lamentarlo.
Decidí que callarme seria lo mejor.
Después de andar un rato nos detuvimos delante de un río.
Estaba todo demasiado oscuro, pero a pesar de eso, pude ver que nos encontrábamos frente a un enorme palacio.
Nos dirigimos hacia el puente que llevaba directo al palacio atravesando el río.
Smith golpeó la puerta, y acto seguido, se abrió.
Un hombre mayor y vestido de un azul muy oscuro se encontraba tras ella.
-Pasen- dijo en un tono muy siniestro que produjo que los pelos del brazo se me erizaran.
Comenzamos a caminar por un enorme pasillo de paredes rojas y negras decoradas con enormes cuadros.
Smith y Christopher se detuvieron frente a una puerta de mármol, y después entraron.
Nos encontrábamos en un comedor. En el centro de éste yacía una enorme mesa. Observé que al final del comedor se encontraba otra puerta. Una puerta algo diferente a la que acabábamos de cruzar. Era grande, de color beige, y con una extraña forma. Nos dirigimos hacia ella.
Smith, que iba delante, se lo pensó un poco, pero después, la abrió, dejando al descubierto una sala con un enorme pasillo decorado con una larga alfombra roja que llevaba hacia unas 4 escaleras. En lo alto de aquellas escaleras, se encontraba una especie de trono. El trono de mi sueño.
Al lado de éste se encontraban dos personas de pie.
La sala estaba muy iluminada. Demasiado, ya que la luz me cegaba.
Antes de comenzar a andar, les pedí por favor, que me quitaran la cuerda que ataba mis manos. Ya no la necesitaba, no les iba a hacer nada, ni tenia la intención de escapar, ya que sabía a la perfección que no serviría de nada.
Aceptaron mi propuesta, dejando por fin mis manos libres.
Me las acaricié. Las tenía doloridas, y alrededor de las ellas se encontraba una fina línea roja, señal de que mis manos habían sido atadas a presión con una cuerda.
Me empujaron hacia delante, y a medida que nos acercábamos pude observar que un hombre de mediana edad, con cabellos blancos y con una barba blanca y larga, se encontraba sentado en él. Lord William. Aquel era lord William.
Mi corazón comenzó a palpitar muy rápido. Sentí que un escalofrío recorría todo mi cuerpo. Comencé a temblar. Estaba asustada.
Smith y Christopher se detuvieron, y me empujaron, provocando que me cayera y me quedara de rodillas. Intente levantarme y ponerme de nuevo en pie, pero Christopher no me dejo. Me dio a entender, que debía quedarme como estaba, en forma de reverencia hacia lord William.
-Señor, aquí esta Annie, como usted nos mandó.- dijo Smith dirigiéndose hacia él.
-De acuerdo, muy bien. Podéis marcharos.- dijo éste señalando la salida.
-Gracias señor.- y se fueron.
Me giré, y los vi marchar. Había querido deshacerme de esos dos payasos todo el tiempo, pero ahora, en cambio, quería que se quedaran aquí, con migo. De algún modo, temía quedarme sola con lord William. A pesar de aquellas dos personas que yacían a su lado, ya que estaban tan inmóviles, que parecían simples estatuas.
Me puse en pie, y le miré. No dijo nada, simplemente, se dispuso a mirarme. Vi que posó su mirada en mi colgante. Acto seguido, puse mi mano en él, tapándolo, para que alejara su vista de allí.
-Asíque tu eres Annie.- respondió al fin. No le contesté. – Eres completamente diferente a tú madre. Parece mentira que seas su hija.
-Bueno, pues lo soy.- respondí bordemente.
-Ey, ey, ey. Ese carácter muchachita.
-Déjame ir. Yo no tengo nada que hacer aquí.- le contesté con el mismo tono, ignorando lo que acababa de decirme.
-Estás muy equivocada.- dijo mientras señalaba mi colgante.- dámelo, y te dejaré marchar…
-¡Nunca! –Le grité- Nunca conseguirás esto.- una pequeña lágrima recorrió mi mejilla. A pesar de que intentaba parecer valiente delante de él, no se me daba demasiado bien. Estaba muy asustada.
-Eso ya lo veremos- respondió. – Albert llévatela, y enciérrala en las celdas subterráneas. Se quedará allí, hasta que decida darme el colgante, y explicarme su funcionamiento.
¿Qué? No, no ¡no! ¡No podía ser! Toda esperanza de poder salir de allí, se había esfumado. Solo tenia dos opciones, pudrirme en aquellas celdas, o entregarle el colgante y salir de allí, si es que me dejaba salir claro. Pero no podía hacerlo, no podía dárselo.
Un mar de dudas recorría mi mente.
-¡Vamos Albert! Muévete.- gritó sacándome del trance y provocando que posara mi mirada en Albert, un chico de unos 17 años, alto delgado, de tez pálida y de cabellos oscuros y ondulados. Me resultó completamente familiar. En cuanto posó sus ojos en los míos lo supe. Aquellos perfectos ojos que brillaban de una forma mágica eran inconfundibles. Si, aquel chico era el chico con el que me encontré en el parque.
Aquel chico con el que tantas ganas tenía de encontrarme de nuevo.
Unas enormes e imparables ganas de llorar recorrieron mi cuerpo. Estaba angustiada, horrorizada. Hasta hace nada, creía que lo peor que me había sucedido, era encontrarme aquí, que me hubieran atrapado. Sin embargo, en cuanto vi a Albert, cambié de opinión. No había peor cosa, que enterarme de que aquel chico del que me había enamorado, era uno de los ayudantes de lord William, uno de los malos, de los que me querían hacer daño, el que tenia la orden de encarcelarme, y no dejarme salir hasta que entregara mi colgante, y con él, todo mi poder.

martes, 16 de noviembre de 2010

Capitulo 15, atrapada

-¡Soltadme!- les grité.
Comenzaron a reírse.
-¿Quiénes sois? ¿Que queréis de mi?- pregunté un poco asustada.
-Muchas preguntas a la vez.- respondió el hombre de pelo negro y corto, que iba armado con una especie de cuchillo que brillaba bajo el tenebroso callejón. Intenté soltarme, escapar, pero me tenían agarrada, y con las manos atadas.
 – Lord William estará muy orgulloso de nosotros.- dijo el otro hombre, que era mucho mas viejo.
-Lord… Lord… ¿William?-pregunté extrañada.
-Si niña, has escuchado bien, y por favor, deja de hacernos preguntas estúpidas.- respondió antipáticamente el hombre del cuchillo.
-Estúpidos sois vosotros.- susurré. Me escucharon.
-¿Qué ACABAS DE LLAMARNOS?-gritó el que poseía el cuchillo, mientras se abalanzaba hacia mí, colocándomelo al ras del cuello.
-Nada.- respondí.- por favor, ¿podrías apartar eso de mi cuello? Me estas haciendo daño.- dije con tono repulsivo.
-Joder con la niñita. Que carácter tiene. -Respondió el más viejo.
-Mas del que te podrías imaginar, y como me vuelvas a llamar niña, te enteras.- respondí lanzándole una mirada fulminante.-estúpido…- susurré.
-Mira niña, ya me has cansado. –Respondió el hombre del arma.- Cristopher ponle un pañuelo en la boca, no quiero seguir escuchando sus bobadas.-dijo dirigiéndose al hombre mas viejo.
-Bueno, bueno. Está hablando el hombre más inteligente y apuesto del mundo.- le respondí con sarcasmo.
Me gruñó. Y apretó con más fuerza el cuchillo contra mi garganta, provocando que una fina línea de sangre apareciera por ella manchando mi vestido.
-¡Vamos Cristopher! A que esperas. No aguantó más a esta mocosa.
-De acuerdo Smith.-respondió el tal Cristopher.
Vi que se aproximaba hacia mí, dispuesto a colocarme un asqueroso pañuelo en la boca. Sin pensarlo, le mordí en la muñeca, pero no sirvió de nada, ya que, después de gritar, maldecirme y decir mil vulgaridades, me colocó el pañuelo.
Intenté hablar, gritar, pedir ayuda pero de mi boca no salieron más que 3 simples gemidos.
Cristopher y Smith comenzaron a reírse. Me encontraba completamente indefensa. Me sentía inútil, sin poder hacer nada para escapar de aquellos horribles hombres.
Dios, porque tenia que pasarme esto a mí. Yo que iba a pasar uno de los mejores sábados de mi vida, y vienen estos estúpidos, a fastidiármelo todo.
-Vamos niña, que no vamos a pasarnos en ésta callejuela toda la vida.-dijo Smith empujando de mí para que comenzara a caminar.
No tuve más remedio que hacerle caso. Estuvimos andando durante 10 minutos, hasta que se detuvieron, frente a una carretera, en la que estaba aparcado un siniestro coche negro.
-Venga, entra dentro.-me gritó Christopher.
Gemí. No podía hacer otra cosa, ya que el pañuelo que tapaba mi boca, solo me dejaba procesar aquel ridículo ruidito.
Me agarró por el cuello empujándome hacia el interior del auto.
Dentro de éste se encontraba una señora mayor trajeada y de cabellos oscuros como el carbón. No se giró, ni se inmutó, simplemente se dispuso a mirar atentamente por el cristal.
Smith se sentó en la parte del copiloto, y por desgracia, Christopher se sentó en la parte trasera, a mi lado. Era un hombre completamente repulsivo. Vi con la forma que miraba mis desnudas piernas, incluso me percaté, que tenia la intención de ponerme sus asquerosas manos encima. Le lancé una mirada fulminante, con la esperanza de que parara, ya que por culpa del pañuelo no le podía gritar ni decir nada. Hizo caso omiso de mi mirada, y siguió a lo suyo. Yo comenzaba a asustarme. Posó su mano en mi rodilla, y a continuación, se dispuso a subirla lentamente hacia arriba. Cerré mis piernas de golpe, pero aun así, él siguió. Justo cuando tenia intención de tocar mi muslo derecho, Smith le gritó, ya que se había percatado de lo estaba haciendo.
-Deja de hacer tonterías  Christopher. No podemos hacer daño a la chica, Lord William solo nos pidió que se la lleváramos. ¡Nada más!- le dijo Smith.
-Bueno…- dijo avergonzado.- yo no le iba a hacer daño.
-Pero tenías intención de hacer otras cosas. No puedes ponerle la mano encima, ¿me has oído?- le respondió éste.
-Si…
-Cerdo…- intenté pronunciar, pero por culpa del pañuelo, solo salió un simple y ridículo gemido de mi boca.
¿Cuando narices me quitaran este asqueroso pañuelo? Pensé de mala gana.
No podía creer que esto me estuviera pasando a mí.
¿Y si es un sueño? Pensé esperanzada, pero acto seguido, aquella esperanza se esfumó sin dejar rastro. El corte de mi cuello, los hombres, el auto… era todo demasiado real, imposible de ser un sueño. 

Capitulo 14

Nos dirigimos hacia el probador tras coger el vestido.
No tardé nada en probármelo y en cuanto salí, Layla comenzó a gritar emocionada.
-Ehh Layla, por favor, no grites, me estas poniendo en evidencia.- dije avergonzada. Esta chica no tiene remedio…
-Bueno bueno, no es para tanto. ¡Además, es que el vestido te queda perfecto! Es como si estuviera hecho a tu medida.
Me miré en el espejo, y tenia toda la razón. No es por echarme flores ni nada, pero es que, me quedaba genial. No me lo pensé ni dos minutos, y me lo compré, además, era bastante barato.
Fui hacia el mostrador, y me quede perpleja cuando vi a la dependienta.
-Annie, ¿te sucede algo?- me pregunto Layla, que se había percatado de mi reacción.
- No… quiero decir… si… no se… allí… mira…- dije sin poder articular palabra. Le señale el mostrador, y cundo se dio cuenta de lo que me atemorizaba, comenzó a reírse.
Yo no le veía la gracia. Me di cuenta de que estaba temblando…
-Annie, que tonta eres jajaj. Simplemente es una dependienta normal y corriente. – respondió ella para mi sorpresa.
-¿Normal y corriente? Es todo lo que tú quieras, menos normal y corriente.-le repliqué molesta.
-Aquí, todas las dependientas son así. Lo siento, pero es que no me esperaba que reaccionaras así….- dijo disculpándose.
-Ya bueno, tendré que empezar a acostumbrarme a todo esto…
Me acerqué hacia la “dependienta”, y le dí el vestido para que me lo cobrara.
La observe, muy atentamente. Tenia una tez muy pálida, de color azul cielo, unas orejas puntiagudas, y un pelo fucsia que le sobrepasaba la cintura.
Le miré a los ojos, y me quede alucinada. Nunca había visto uno ojos así. Eran, negros. Completamente negros, sin pupila, sin lo blanco que las personas tenemos. Eran unos ojos sin luz, sin vida, sin expresión. Me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo.
En cuando me cobró, salí corriendo. Me sorprendió mi reacción.
-Ey Annie, ¡espérame! – gritó Layla, que venia corriendo hacia mí.
-Lo… lo siento, es que aquella mujer, por así llamarla, era tan… siniestra…
-Veras, es que son una mezcla entre ninfas de la oscuridad y brujas, llamadas Nymph-Wrachs. Pero no te preocupes, son realmente inofensivas.
 -Bueno… si tú lo dices. - le respondí. No estaba tan segura de ello.
-Cambiemos de tema. Veamos, ahora solo nos queda un bolso y unos zapatos negros a juego.- me dijo.
-Bolso ya tengo en casa…
-De acuerdo, venga, vamos a por los zapatos. Sé una tienda que venden unos preciosos.
-Vale.- dije no muy convencida. No tenía muchas ganas de encontrarme con otra Nymph o como se llame.
Pasé del tema, haciendo caso a lo que me dijo Layla sobre que eran inofensivas.
Me compré unos zapatos con taconazo, negros y azules. Muy bonitos.
Cenamos allí, y después nos fuimos a casa.
Llegué muy emocionada, y le enseñé a mi madre el vestido y los zapatos. Le encantaron.
Me fui a la cama, y me dormí, soñando con el apasionante sábado que me esperaba.
Me desperté sobre la 1:00 del mediodía. Estaba muy nerviosa. Había quedado con Layla a las 8 de la tarde en la puerta de la discoteca, ya que su madre no podía venir a buscarme.
-Ohh dios, dios ¡dios! Ya son las 7:15, y todavía tengo que maquillarme.- grité alterada.
-Annie, relájate cariño, todavía tienes 15 minutos, además, tampoco tienes porque ir perfecta…- dijo mi madre para tranquilizarme.
-¡Si que tengo que ir perfecta!- le respondí.
Me fui corriendo al baño, y comencé a maquillarme. Me eché unos pocos polvos, para tapar unos granitos que tenia, después me hice la raya del ojo, y me eché rimel.
-¡PERFECTA! –grité mirándome al espejo. Layla tenia razón, el vestido me quedaba perfecto. Debía admitirlo, ¡oí estaba guapísima!
-Mamá me marcho.- le dije mientras cogía mi móvil y lo metía en el bolso.
-Vale. Pásalo bien. ¡Y no llegues tarde!
-Que no mamá. Me lo has dicho ya cincuenta veces. Venga, adiós.
Y cerré la puerta a mi espalda.
Las 7:45, ya eran las 7:45 y todavía tenia que coger el autobús, que estaba en la otra punta del pueblo.
-Relájate Annie. No pasa nada porque llegues 5 minutos tarde.- dije para tranquilizarme. Pero no podía, estaba muy nerviosa. Quería llegar cuanto antes.
Comencé a andar hacia la parada del autobús, ya había anochecido y había muy poca gente en la calle.
Me dirigí hacia un callejón, que llevaba directo hacía la parada. Estaba oscuro, muy oscuro, y derepente, escuché pasos detrás mío.
Me giré, con la intención descubrir que era lo que provocaba aquellos ruidos, pero no vi nada ni a nadie.
Me quede inmóvil a escuchar, durante 5 segundos. Cesaron. Los pasos cesaron. Comencé a andar, y otra vez los escuché, cada vez mas cerca.
Tenía la intención de echar a correr, justo cuando alguien me agarró del brazo.
-Por fin tenemos a la chica. – exclamó un hombre en voz alta.

Capitulo 13

Viernes. Ya es viernes. Al fin llegó el tan esperado fin de semana.
Layla y yo nos hicimos muy amigas durante estos 5 días. Me caía genial. Siempre estaba dispuesta a ayudarme en todo. Era una chica encantadora.
Como todos los días, mi madre me llevó en su precioso coche azul al colegio, y como no, allí estaba ella, esperándome, tan sonriente como siempre.
-¡Layla! – grité mientras echaba a correr hacia donde se encontraba ella.
-Annie guapa.- dijo mientras me abrazaba.- ¿que tal te encuentras?- me preguntó, ya que durante la semana había estado un poco depre…
- Pues mucho mejor. Además, ¡es viernes tía!
-Lo sé, y de eso te quería hablar.- dijo poniendo cara de diversión.- veras, estuve pensando y… ¿Qué te parece si nos vamos de ligoteo el sábado? Ya sabes… a una discoteca de por aquí… que es muy famosa, y está repleta de chicos guapos.- dijo alegremente.
-¡Claro! Y arrasaremos.- dije animadamente.- Además, seguro que va tu Jack, y como no, aprovecharas al máximo…
-Me has pillado…- dijo con una sonrisa pícara.- el sábado cae, ya veras!
- Haber si es verdad. Además, estoy segura de que le gustas, se le nota en la mirada…
-Ojala…- respondió ella, y nos echamos a reír.
- ¿Te puedo hacer una pregunta?- le dije.
-¡Claro!
-Ehhh…pues veras…tu crees, que… el chico este del parque…
-¿Ira a la disco?- dijo terminando la frase por mi.
-Si…
-Pues no lo sé, pero puede. Es una discoteca muy famosa y está llena de jóvenes. Además, la esperanza es lo ultimo que se pierde.- dijo guiñándome un ojo.
-Si… ¡tienes razón!- dije animadamente.
En cuanto terminé mi frase, sonó el timbre que indicaba que teníamos que entrar a clase.
Llegó la hora del recreo y Layla me preguntó haber que me pondría para ir de fiesta. En ese momento, caí en la cuenta de que… ¡no tenia nada!
-Tranquila, no te preocupes oí mismo nos vamos de compras, y te ayudo a elegir un vestido.- me dijo.
-Gracias.- respondí alegremente.
-Ya veras, ¡vas a ir preciosa! Se van a quedar todos boquiabiertos. – me dijo con una de sus enormes sonrisas.
- Eso es imposible…
-¡Pero que dices! Con lo guapa que eres. – dijo alegremente, y las dos nos echamos a reír. No se como lo hace, pero hasta en los peores momentos, consigue sacarme una sonrisa.
Se me pasaron las clases volando, la emoción por el fin de semana que me esperaba, supongo.
-Hola mama.- dije entrando en el coche.- veras, he quedado con Layla para ir de compras, ya que mañana, nos vamos de fiesta…
-¿Qué te vas de fiesta?
-Si mamá…
-¿No crees que eres un poco pequeña?
-¡Pero mama, por favor, que tengo 15 años! –respondí un poco molesta. Odiaba que me trataran como a una niña pequeña.
-Bueno…
-Porfa. Además, saliendo, es una forma de conocer gente nueva, y de acostumbrarme a esto. Por favooor – le dije poniendo cara de suplica.
-Bueno… está bien…- accedió. – ¡pero a las 3:00 te quiero en casa!
-Claro mamá. Eres la mejor madre del mundo. ¿Lo sabias no?- le dije haciéndole la pelota.
-Bueno bueno, no te pases.
Llegamos a casa, y estuve viendo la tele hasta que Layla me vino a recoger sobre las 4:30, ya que vivía en un pueblo a 1 kilómetro del mío.
-¡Ya voy!- le grité desde la ventana.
Salí corriendo de casa cogiendo mi móvil y el dinero.
Me junté con ella y nos dirigimos hacia la parada del autobús, que nos llevaría directas hacia el centro comercial de Wasserfall.
Tardamos 6 minutos en llegar, nos bajamos del autobús y nos dirigimos hacia la entrada.
En cuanto entramos, pude ver, que no era como todos los centros comerciales, bueno, la verdad, aquí en Mandilia todo era diferente…
-Annie, ¿porque te detienes?- me preguntó Layla sacándome del trance.
-Ehh… no, por nada. Lo siento. Simplemente me había quedado pensando en que esto es completamente diferente a los centros comerciales de Nueva York.
-Ya, pero no me negaras, ¡que es precioso!
Le sonreí. Tenía toda la razón del mundo. Era enorme, y estaba todo completamente iluminado con luces de colores que alegraban la vista. Estaba lleno de gente que andaba de aquí para ya, con sus bolsas de la compra. Bueno, si se les podía llamar gente, ya que normales, no eran.
Pude observar como una familia de duendes, muy graciosos, pasaba al lado nuestro. Nos saludaron con una enorme sonrisa, a la vez que nos decían que pasáramos un agradable día.
“Que amables resultan ser estos Mandilianos” pensé alegremente.
-¡Mira! ¡Este vestido es precioso!- grito Layla interrumpiendo mis pensamientos.
-No grites…- le dije
-bueno… lo siento. Pero es que me he emocionado. ¡Míralo, es perfecto para ti!- dijo señalando un precioso vestido azul colocado en uno de los maniquís de la tienda.
-Si, la verdad es que es muy bonito. Pero no sé, no me convence. Yo nunca he ido con uno de estos y… no se…
-Annie, es perfecto. Confía en mí. ¡Con esto arrasaras! Si el chico del que tanto hablas, va a la discoteca… en cuanto te vea, ¡caerá rendido a tus pies!
-Pfff... no exageres.
-¿Qué no? ¡Anda ya! Te aviso, ¡yo no me marcho de aquí sin que tú te hayas comprado este vestido!
-Bueno… esta bien. Me has convencido.- dije por fin.

Capitulo 12, equivocación

-Y esto es todo por hoy chicos. Podéis empezar a recoger. Nos veremos mañana a esta misma hora.- dijo el profesor mientras comenzaba a recoger sus cosas.
-¡Por fin!- grité ilusionada.
-Se ve que tiene ganas de salir señorita Annie. Parece ser que no le gustó mi clase, ya que se encontraba bastante despistada…- me dijo el profesor.
-Veras… ehh… lo siento… es que tengo muchas cosas en la cabeza y…
-No sé preocupe, se que es su primer día, y que no está muy acostumbrada a todo esto.- me respondió él sonriendo.
-Gracias… es usted muy comprensivo.- le respondí sonriendo. Que profesor tan amable.
Bueno… por fin había llegado el tan esperado momento, por fin conocería al chico que tanto deseaba conocer…
-Oye Annie, ¿en que pensabas? Te he estado hablando, y no me has hecho caso.- me dijo Layla poniendo cara de enfado.
-Lo siento… pero es que estoy tan emocionada con eso de que voy a conocer a Michael…
-Ay pillina. Venga ven anda, que lo prometido es deuda.- me dijo Layla con una enorme sonrisa.
Nos dirigimos hacia el gimnasio. A medida que llegábamos mi corazón comenzaba a latir más y más rápido. Estaba demasiado nerviosa. Temía que no me saliera ni una sola palabra y quedara en ridículo delante de aquel chico tan perfecto…
-¡Ya hemos llegado!- gritó ansiosamente Layla sacándome por completo de mis pensamientos.
- ¡Hala! ¡Que gimnasio tan grande! – respondí alucinada. Nunca había imaginado que el gimnasio de este colegio sería tan grande.
-Ya ves. Venga ven aquí.- dijo mientras se acercaba a la puerta.- vamos a ver si ha salido ya.
Entramos dentro del gimnasio y Layla echo a correr hacia una chica pelirroja. Corrí tras ella.
-Oye Vicky, ¿sabes si Michael sigue aquí?
-Pues si mira, ¿ves a ese que está hay de espaldas?- dijo mientras señalaba a un chico de pelo largo y oscuro que se encontraba apoyado en una de las columnas del gimnasio.- hay está Michael.
-Vale guapa. Muchas gracias.- dijo mientras se despedía de ella. Yo le sonreí.
-De nada. - respondió ésta mientras nos la devolvía.
-Vamos Annie ven.
-De…de acuerdo.- conseguí pronunciar.
Comenzamos a acercarnos hacia él. Mi corazón iba a tanta velocidad, que pensaba que se me saldría del pecho. Intenté relajarme, pero no hubo manera. Los nervios se apoderaban de mí.
-¡Ey Michael!- le saludó Layla. Vi como éste se daba la vuelta. En cuanto lo hizo, yo me quede atónita. Pude ver su pelo oscuro y rizado, sus pómulos bien marcados, y su tez morena. Busqué sus ojos, que muy rápidamente se encontraron con los míos y… ¡nada! No sucedió nada. No sentí nada de nada. Aquellos ojos no eran con los que yo tenía intención de encontrarme.
-Ehhh Layla.- le dije susurrando.- veras es que…
-¿Que sucede Annie? – me preguntó ella. – ¿no le vas a decir nada a Michael?
-Ehh… si. Hola Michael.- dije dirigiéndome a él para parecer amable.- yo soy Annie.
-Hola Annie, encantado. -Dijo dándome dos besos.
-Bueno, que nos tenemos que ir. Ya hablaremos en otro momento.- le dije mientras agarraba a Layla del brazo y me la llevaba hacia la salida del gimnasio.
-¿Que te ocurre tía? ¡Con las ganas que tenias de conocerle!- me preguntó perpleja.
-Lo sé. Pero veras. Lo que te quería decir es que… ¡ese no es Michael!
-¿Qué? ¡Claro que es Michael!
-Bueno si… si lo es, ¡pero no es el Michael que yo tenia intención de conocer! Quiero decir… el chico que vi en el parque… ¡no es este!- dije con gran desilusión.
-¿No? Joder Annie, pues ya lo siento. Yo creía que sin duda, sería Michael…
-Pues resulta que no…-dije de mala gana. Sentía un enorme vacío dentro de mí.
-Pues lo siento, el chico del que tú hablas… no estudia aquí.
Me quedé inmóvil, sin decir ni una sola palabra. Me sentía mal, muy mal. Hace un momento estaba contentísima, y ahora, toda esa felicidad se había esfumado sin dejar rastro.
-Tranquila. Ya buscaremos alguna manera de encontrarlo.- dijo queriendo animarme. Pero no dio resultado.
-Muchas gracias…- dije al fin, para no parecer desagradable. Layla no tenia culpa de nada. Ella hizo todo lo que pudo.
El día pasó muy rápido. A la salida se encontraba mi madre esperándome con su reluciente coche azul. Me despedí de Layla con dos besos y me monté en él.
Llegamos a casa, y mi madre me preguntó por mi primer día de clase. Le conté que me había ido genial. Que había echo una nueva amiga que era majísima y que había aprendido a levantar objetos, utilizando el poder de una de las perlas, pero que todavía no lo dominaba muy bien. Procuré saltarme la parte en la que conocí al equivocado Michael y todo eso. No me apetecía darle a mi madre ninguna explicación sobre aquel tema. Además, me resultaba un poco embarazoso hablar con ella sobre temas amorosos.
La tarde se me pasó volando. Hice los deberes de sociales y estuve ensayando un poco lo de levantar objetos, pero no sirvió de mucho. Era demasiado torpe, ¡no me salía nada bien! Comencé a pensar que este mundo no estaba hecho realmente para mí… pero seguidamente, borré aquel pensamiento de mi mente.
A las 11:00 me acosté. Estaba bastante cansada, pero a pesar de eso, no pude dormir. No dejaba de pensar en si volvería a ver a aquel chico del parque del que desconocía absolutamente todo. Estaba muy angustiada.
También pasó por mi mente Layla.
Veamos, yo era hada guardiana, y por esa razón me encontraba en aquel colegio. Jack era un vampiro, y él también se encontraba por esa razón al igual que Jessy, que era bruja… pero, ¿Layla? ¿Que ser fantástico, por así decirlo, era Layla? De alguna manera, debía averiguarlo, ya que aquello causaba un gran interés dentro de mí.

Capitulo 11

-Haced de la página 15, los ejercicios 1,2 y 3 para mañana. ¡Y traed un mapa!- dijo el profesor de sociales. ¡Por fin! Por fin se acabó esta clase. Estaba aburridísima. Además, ¿a quien le importa si fue o no importante  el proceso de Independización para el indígena de la época? Porque a mi, ¡la verdad es que no!
Ahora solo quedaba una clase, aprender ha hacer pociones usando la química o no sé qué.
Me junté de nuevo con Layla, y pusimos marcha hacia el laboratorio.
Me quede boquiabierta cuando vi a la persona que se encontraba en la puerta.
Un chico alto, musculoso, de pelo largo, de tez muy pálida y con unos ojos realmente oscuros. Muy atractivo.
-Jajaj.- se rió Layla al darse cuenta de mi expresión – este es Jack, el vampiro tío bueno del instituto.
-El típico chulo que sale con la pija…
-Pues no, esta vez no es así. Jessy va tras él, pero él pasa completamente de ella. Además, Jack es tan… encantador. Es muy responsable y esta siempre dispuesto a ayudar…
-Te gusta.- le corté
-¿Que? No…- me respondió tímidamente.
-Si…- le dije sonriendo.
-De acuerdo, no te puedo mentir, ¡es tan guaaaapo!
-Jajaj. Si tienes toda la razón del mundo. ¡Es un monumento! Además, tiene unos ojos tan llamativos…- le respondí.
-¡Pero es mío ehh!
-Claro, ¡todo tuyo! – Le respondí.- yo quiero al chico del parque…
-¿Que chico?
Mierda, lo he dicho en voz alta.
-No nada…
-Vamos Annie, confía en mí. ¡Que yo te he contado quien me gusta!
-Bueno vale… pues veras, hace dos semanas vi en el parque a un chico que me llamó mucho la atención…
-¿En el portal para venir a Mandilia?
-Si… lo veía siempre. Una vez, cuando iba hacia mi casa, el se encontraba en el parque, y a mí, se me cayeron las llaves. Él me las devolvió.- le sonreí.- fue el único momento en el que hablé con él, y ni siquiera pude preguntarle por su nombre.- respondí tristemente.
-Tranquila, lo volverás a ver. Además, tal vez esté en esta escuela. Ya que si lo viste en el parque, algún poder tiene, y normalmente, la gente de Mandilia suele venir aquí a estudiar.- me dijo, mientras veía como mi expresión de tristeza cambiaba totalmente mostrando una amplia sonrisa.- veamos… ¿como es? Físicamente y eso…
-Pues… tiene el pelo largo, rizado-ondulado, y castaño. Tiene unos ojos muy misteriosos. Es alto y…
-¡Michael! Tú te refieres a Michael, el tipo este que es un as de la ciencia…- me cortó.
-¿As de la ciencia?– Le respondí extrañada.- ¿estás segura?
-¡Si! ¡Segurísima! y la verdad, es que no esta nada mal.
Sonreí
-Ahora mismo tiene gimnasia, pero cuando sea la hora del recreo, te lo presento.- me dijo mientras me guiñaba su precioso ojo marrón.
-¡De acuerdo! -Le respondí ilusionada. Entramos en el laboratorio, que era enorme. Habían unas 10 filas de mesas y a los alrededores estaba lleno de tubos de ensayo, vasos de precipitados, matraces Erlenmeyer… etc. Las típicas cosas de un laboratorio de química.
-Esto es muy grande.- le dije susurrando a Layla.
-Si lo sé. Ven, vamos a sentarnos en esta mesa de aquí.
-Claro, detrás de tu Jack.- le dije con una sonrisa pícara.
-Chsss. Que te va a oír.- me dijo, y nos echamos las dos a reír.
-Haber chicos. Vamos a comenzar con la clase. Oí aprenderemos como aplicar…..- empezó a explicar el profesor. Pero yo ya no le escuchaba. Solo tenía en la cabeza que dentro de unos 40 minutos, conocería por fin a aquel chico! Había deseado tanto que llegara este momento. Estaba un poco nerviosa, pero muy ilusionada.
Pink Moustache