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domingo, 20 de febrero de 2011

Capítulo 30. Atrapada en su mirada

Al fin llegaron las 5:00.
Tenía media hora antes de verme con Albert en el Heartland.
El Heartland es un bar muy conocido en Wasserfall. La verdad es que es la primera vez que voy, ya que es un poco caro.
Me duché en 5 minutos y después me vestí, con ropa algo más elegante que la de la escuela.
El pelo me lo dejé suelto, pero me añadí una diadema azul, a juego con la camisa.
Salí de casa a las 5:20 para coger el autobús
No tardé ni diez minutos en llegar a Waserfall. Me dirigí hacia el bar y me senté en una mesa que había libre fuera.
Observé a mí alrededor. Múltiples mesas vacías llenaban la acera del bar. Desvié mi mirada hacia el interior, y pude ver que dentro, en cambio, había bastante gente.
Miré mi reloj. Ya eran las 5:30 pero Albert aún no había llegado.
El corazón comenzó a latirme muy fuerte. No sabía que iba a pasar, y estaba muy nerviosa.
-Vamos Annie, tranquilízate- me dije a mi misma.
Varios minutos después, a las 5:35, para ser exactos, Albert apareció.
-Veo que al final has venido.- Dijo, mientras se sentaba en la otra silla libre que quedaba frente a mi. Posó sus brazos encima de la mesa, y me miró.
-Si… Aquí estoy.
Asintió con la cabeza, sin decir nada. Estuvimos así varios segundos – aunque para mi fueron horas- y temí que no dijera nada. Ese silencio estaba resultando ser cada vez mas incomodo. Tuve que romper el hielo. No aguantaba más.
-¿Sobre que querías hablar?- Pregunté, con la voz un poco temblorosa por los nervios. Bajé las manos hacia mis piernas ya que me temblaban, y no quería que Albert lo apreciara.
-Ya lo sabes.
-¿Qué?- pregunté extrañada.
-Annie, quiero que seamos amigos.- Soltó de golpe. Aquellas palabras chocaron con mi mente bruscamente, aturdiéndome. Le miré, sorprendida, sin saber que decir. Él, al darse cuenta de mi reacción, prosiguió hablando.- Mira, sé que no hemos empezado bien, pero, quiero cambiarlo.
-Albert yo…- Me detuve. No sabia que decir.
-Annie, si tú no quieres, solo tienes que decírmelo y me iré.
-Pero…
-Vamos Annie, dilo.
-No te vallas.- dije, mirándole fijamente. Me paré a pensar, y decidí ser directa.
-De acuerdo. Entonces, ¿empezamos de cero?
-Es qué… No lo sé. Veras, estoy un poco confusa… Quiero decir, tú estabas con lord William, tú te encargaste de encerrarme y…
-Pero lo dejé- Me cortó.- Si, lo deje. Ya no estoy con él Annie. He huido. Ahora estoy aquí, con tigo.
-Bueno si, pero… ¿Cómo se que no me estas mintiendo?- Pregunté apoyando las manos sobre la mesa.
Albert me miró, fijamente. No pude dejar de mirar aquellos profundos ojos que tan aturdida me dejaban. Tanto me hipnotizaron, que hasta me olvidé de pestañear.
Me cogió las manos, y su tacto frío hizo que me recorriera un escalofrío por todo el cuerpo. Me estremecí.
-Confía en mí- dijo. Seguí mirando aquellos ojos, y pude contemplar en ellos, que no mentía. Sus ojos me indicaban que decía la verdad.
Sonreí, y asentí con la cabeza. Acto seguido, soltó mis manos, y desvió la mirada hacía otro lado. Su cara cambió completamente, sin mostrar ninguna expresión.
Aquel acto me sorprendió, pero no le di importancia.
Pedimos dos batidos de chocolate, pero no tardamos ni cinco minutos en beberlos.
-Me  tengo que ir- dije al de varios minutos. levantó su cabeza, y me miró. 
-¿Ya?- Parecía sorprendido.
-Tengo que hacer un trabajo…- Decidí no darle mas explicaciones. Todavía no teníamos tanta confianza como para eso, aunque me moría de ganas por que la tuviéramos. La verdad era que con Albert todo cambiaba. Era como si todo a  nuestro alrededor desapareciera, y solo estuviéramos el y yo.
Me hacía sentir diferente, especial. Algo que ningún otro chico había conseguido, y eso me gustaba y me atemorizaba al mismo tiempo. Era una experiencia nueva para mí y no sabía exactamente como afrontarla.
-Vale. ¿Nos vemos mañana en el colegio?
-Claro.- Sonreí mientras me levantaba de la silla. Me giré dispuesta a irme pero Albert se levantó al mismo tiempo, y me agarró la muñeca, reteniéndome. Me giré de golpe, con el corazón aporreándome el pecho.
Nos miramos fijamente y en ese momento, el tiempo se congeló. Solo existíamos él y yo. Albert y Annie.
Estábamos muy cerca. Tan cerca que casi sentía su aliento en mi nariz.
Me temblaba todo el cuerpo, y no sabía como reaccionar.
Mi corazón empezó a bombear rápidamente sangre caliente hacia mis mejillas.
Su mirada me absorbió por completo. Me olvidé de pestañear y hasta de respirar. Estaba sumida en sus ojos, atrapada por ellos.
Tras varios segundos, habló.
-Gracias por confiar en mí.- Exclamó, con un hilo de voz.
Asentí con la cabeza, aún atrapada en su mirada.
Sonreí de nuevo, para disimular mi nerviosismo, y me giré, esta vez para marcharme en serio.
Todo hubiera salido genial, de no ser por culpa de mis nervios, que me hicieron jugar una mala pasada.
En cuanto me soltó la muñeca, me di la vuelta para marcharme pero no me di cuenta que delante de mí se encontraba una silla.
Mis brazos y mis piernas temblaban. Todo mi cuerpo temblaba, y los nervios no me dejaban ver que hacía, asíque choqué de golpe contra la silla, y ésta se volcó, llevándome a mí con ella.
Caí de bruces contra el suelo, golpeándome el labio, que comenzó a sangrar débilmente. Formé un ruidoso estruendo, ya que las personas que paseaban tranquilamente, giraron la cabeza de sopetón para ver que había sucedido. Me puse en pie lo más rápido que pude, intentando disimular mi estúpida caída, aunque en vano. Todo el vecindario se me había quedado mirando.
En aquel momento deseé que me tragara la tierra. La vergüenza que estaba pasando era tremenda.
Albert se acercó a mí, para saber que era lo que me había sucedido.
No me atreví ni a mirarle. ¿Qué idiota se tropieza con la silla de un bar? Pues yo, está claro.
-¿Estas bien?- Preguntó mientras sacaba un pañuelo de su bolsillo. Me limpió la sangre con él, y otra vez sentí aquella extraña sensación. Su mirada volvió a atraparme. Sus ojos me absorbían y estaba empezando a asustarme ya que mi cuerpo no reaccionaba ante aquello.
-Si, gracias- conseguí responder al fin.
Después de varios segundos incómodos, Albert comenzó a reírse. Si, reírse.
Le lancé una mirada furiosa, y disminuyó la risa. Mis nervios se tornaron en rabia. ¿De que leches que se reía? ¿De mi?
-¿Se puede saber que es eso que te hace tanta gracia? Digo, porque a mi también me gustaría reírme- intenté ser lo mas sarcástica posible.
Detuvo la risa, y esta se transformó en una amplia sonrisa ladeada. En una sonrisa que hizo que el enfado se me olvidara por completo. Era tan perfecta, con aquellos graciosos hoyuelos, que le hacían perder aquel aire misterioso que solía tener gran parte del tiempo…
-Lo siento Annie. No quería reírme de ti, pero es que tu caída…- No terminó la frase, ya que la risa se apoderó de él, otra vez.
Le volví a lanzar una mirada furibunda. Me estaba haciendo perder los nervios.
-Annie, admítelo. Tu caída ha sido muy tonta.
Para que negarlo. Tenía toda la razón. Si, esa es Annie, la torpe. Sobretodo, cuando está nerviosa.
-Vale si. Lo admito, a sido tonta, pero eso no te da derecho a reírte.
-¡Venga Annie, pero si tu también te estas riendo!- exclamó, divertido. Estaba en lo cierto, su risa era contagiosa. No tenía más remedio que darle la razón.
-Vale… dejemos el tema…
-De acuerdo, pero sabes que tengo razón.
-Tú ganas.
Sonrió, complacido.
Y tras eso, se volvió a formar otro incomodo silencio entre nosotros. Ninguno de los dos sabíamos que decir.
Su sonrisa había desaparecido, sustituyéndola una gran seriedad.
Me miró fijamente.
Volvíamos a estar frente a frente. Su aliento cálido acariciaba suavemente mi nariz, provocándome pequeños escalofríos.
De cerca era aún más perfecto todavía. Pasé mi mirada por cada rasgo de su cara. Primero por sus ojos, aquellos que tantas veces me habían atrapado. Aquellos de los cuales desconocía su color, ya que no lo componía un solo tono, -como cualquier ojo normal- si no varias gamas de ellos.
Después posé mi mirada en su nariz, tan perfecta como cualquier parte de su cuerpo. Ni muy pequeña ni muy grande, simplemente perfecta. Finalmente, fui bajando lentamente mi mirada, hasta posarla en su boca que yacía formando una línea recta. Pude ver, que poco a poco, comenzó a moverse. Se estaba abriendo, dejando a la vista unos dientes blancos y perfectamente alineados.
-Eres genial- dijo en un susurro apenas audible.
Abrí los ojos de par en par, sorprendida por lo que acababa de escuchar.
-¿Qué?
-Nada… -exclamó cambiando el tono totalmente. Desvió la mirada completamente. Volvía a ser aquel misterioso y reservado chico.- Olvídalo- añadió finalmente.
Decidí no darle mas importancia al asunto, aunque luego en casa, le daría vueltas y vueltas a aquellas palabras tan inesperadas.
Sonreí, para disimular mi asombro, pero él no me devolvió la sonrisa.
Lentamente, me separé, con sumo cuidado, para no volver a caer.
-Ahora si que me voy. –Dije comenzando a andar marcha atrás, saludando con la mano.-hasta mañana.
No me devolvió el adiós, simplemente se dedicó a mirarme atentamente, sin apartar su profunda mirada de mi.

-----------------------PARTE NARRADA POR ALBERT------------------------
La vi marchar, pero ni me inmuté. No se porque reaccioné así.
Ella tiene algo. Posee algo especial que nadie tiene.
Al tenerla cerca, todo es diferente. Por primera vez en la vida, me he sentido querido.
Mi madre murió cuando yo apenas tenia 2 años. Yo no lo recuerdo, fue mi padre el que me lo dijo.
No me acuerdo de ella, ni de cómo me trataba. No se su aspecto físico, ya que nunca existió ninguna foto suya.
No se cual es la razón de ello, ya que, generalmente, cuando un hijo nace, cuando aprende a decir sus primeras palabras, o cuando sucede cualquier acto especial, se suele grabar el momento. Pues en mi casa no. No hay ni una simple fotografía de mi madre.
Mi padre, al cual prefiero no recordar, me maltrataba. Física y sicológicamente.
Estaba metido en las drogas y en el alcohol, y no había forma de sacarlo de allí.
No fui a la escuela, ya que él, mi padre, no tenía dinero para pagarla porque todo se lo gastaba en sus malos caprichos.
Yo pasaba la mayor parte del tiempo solo, y la mayoría de las cosas, las aprendí por mi cuenta ya que no tuve un modelo de conducta.
Todas las noches- y cuando digo todas es todas-él llegaba borracho a casa. Yo le tenía un pánico terrible, ya que no se controlaba, y siempre venía a mi cuarto para ver si ya me había dormido, y si no era así, cogía uno de los múltiples bates de béisbol que guardaba en un armario y me golpeaba varias veces con él, hasta que mi espalda quedaba desfigurada, y mi cara cubierta por miles de arañazos.
Todo aquello era horrible. No entendía como  un padre podía tenerle tanto odio a su propio hijo. ¿Qué había hecho yo para merecérmelo?
Cuando cumplí 6 años, me enteré de que mi padre tenía una nueva novia.
Aquella noticia me alegro bastante, ya que creí que todo cambiaría. Suponía que se comportaba de tal forma por la falta de una mujer. Estaba equivocado.
Mi padre dejó preñada a aquella mujer, y tras nueve meses, nació Denny. Mi hermano.
Gabriel, mi padre, me prohibió acercarme a él porque decía que le podía hacer daño, así que me encerró en un cuarto. ¿Pero de que iba? ¡Si era él el que no paraba de hacerme daño a mí!
Sin que se diera cuenta, solía salir de mi cuarto a escondidas, y entraba en el de mi hermano, para estar junto a él.
Yo necesitaba cariño, alguien con quien hablar. Empecé a ir todos los días, y de esa forma, mi convivencia se fue haciendo más amena.
Lamentablemente, aquello no duró demasiado ya que cuando cumplí los 12 años, sucedió algo realmente desagradable.
De aquello que mi padre me advirtió una vez: Le hice daño a Denny. Mucho daño.
Tras varios días solo, llorando en mi cuarto encerrado, entró mi padre. Más amable de lo normal.
Me dijo que fuera con él, que íbamos a dar un paseo. Si hubiera sabido lo que era realmente aquel paseo…
Me echó a la calle. Sin piedad, como a un saco de basura, y después a mi hermanito, que había empeorado con los días.
Mi padre no nos quería a ninguno de los dos, y no tenía ni pizca de ganas de gastar dinero en medicamentos para Denny y mucho menos, decir el motivo por el que se encontraba en tal estado. Se avergonzaba de aquello, y no quería que nadie lo supiera, así que, nos abandonó.
A un pobre niño de doce años, junto con su hermano de 6 que poco le faltaba para morir.
Lo que más me sorprendió de todo aquello, es que, a pesar de que fui yo el que hirió a Denny, él, no me tenía miedo.
Me sorprendió, ya que hasta yo sentía miedo de mi mismo.
Hasta ese día no me di cuenta de lo que era capaz de hacer cuando mi humor cambiaba.
Supongo que Denny no era lo suficientemente mayor como para darse cuenta del poder que poseía en mi interior.
También desconocía un detalle realmente importante: Mi nacimiento fue un completo error. Un ser como yo nunca debió haber existido.
Todos los pelos de mi cuerpo se erizaron al recordar lo que tan guardado tenía.
Odiaba sacar al presente tan desagradable pasado. Me hacía sentir como un completo desgraciado, de hecho, eso era lo que yo me sentía hasta conocerla a ella, a Annie.
Nunca había tenido un amigo. Nadie se había preocupado por mí. Nadie, nunca, me había ofrecido un poco de cariño.
Vale si, estaba lord William, pero él no me trataba como a un hijo, sino como a un ayudante suyo. Además, él nunca ha sido cariñoso, ni lo será nunca.
Es por esa razón que yo soy así. Me cuesta relacionarme con la gente. Hacer amistades. No me han educado para ello. No se como hacerlo. Es por eso que la mayoría del tiempo estoy callado. Temo decir algo cruel, algo que pueda herir los sentimientos de los demás, porque ese soy yo, esa es mi personalidad, y por mucho que intenté cambiarla, no se si seré capaz.
En cambio ella, no se da cuenta de nada. Me sonríe sin más,  pero yo soy incapaz de devolverle la sonrisa.
Me siento culpable, culpable porque por una parte la estoy traicionando, a pesar de sentir algo por ella.
Pero es lógico, quiero decir, a ella no la conozco a penas, pero, en cambio, Denny es mi hermano. Mi hermano pequeño. Yo le hice daño, soy el responsable de su enfermedad y si lo abandono, entonces me sentiré más culpable que nunca.
Si no ayudo a lord William, él dejará de darle la medicina a Denny, y entonces, morirá. No puedo permitir que eso ocurra.
Además, gracias a lord William yo y mi hermano nos encontramos aquí, sanos y salvos. Si no hubiera sido por el, a saber donde estaríamos ahora…
Es por eso que se lo debo. Él nos salvo y nos dio un hogar cuando mas lo necesitábamos. Le debo una.
Lo siento Annie… Lo siento de verdad.
Una respiración a mi espalda me sacó de golpe de mis pensamientos e hizo que me girara.
Frente a mi se encontraba un hombre de mediana edad, trajeado, y repeinado.
-Señor Scofield, Lord William le está esperando. Quiere hablar con usted.
¿Qué hacía aquí uno de los sirvientes de lord William?
Asentí con la cabeza, y me levanté de la silla con sumo cuidado, para pasar desapercibido.
Comencé a andar tras el, hasta llegar a un coche azul, el cual nos llevaría a palacio.

domingo, 6 de febrero de 2011

Capítulo 29, Él.

-Por fin en casa-exclamé. Layla asintió con la cabeza, dándome toda la razón.
Mamá vino a por nosotros pasados 5 minutos, y metimos a Athos en el remolque que iba enganchado al coche. El viaje fue muy corto, y ninguna de las tres dijimos ninguna palabra.
-El veterinario ya está en camino- dijo mamá- Annie, vete a la ducha, y cámbiate de ropa. Layla, ¿Qué vas a hacer? ¿Te quedas en nuestra casa o te llevo a la tuya?-Preguntó.
-Si no es molestia, me gustaría quedarme…
-Claro que no es molestia. Te quedas a dormir en el cuarto de invitados, y mañana os llevo a las dos al colegio. ¿Os parece bien?
-¡Sí!- Respondimos las dos en unísono.
Layla se sentó en el sofá, y yo me marché a ducharme.
En un cuarto de hora, ya estaba limpia y refrescada.
Bajé abajo, junto a Layla y mamá, pero me sorprendí al llegar al salón y descubrir que ninguna estaba allí. Me recorrí toda la casa, pero ni rastro de ellas.
Después de pensar durante varios segundos, salí al patio trasero, a la cuadra en la que guardábamos a Athos, y allí se encontraban las dos, junto a un hombre de mediana edad, vestido con unos vaqueros y una camiseta gris, y ésta, iba tapada por una larga bata blanca. Era el veterinario.
Me acerqué hacia la cuadra, y vi que Athos se encontraba tumbado en ella, sin moverse.
-¿Está bien? –pregunté.
-No del todo. La herida es bastante profunda, y está infectada. Por suerte, la apretaste durante bastante tiempo y evitaste la hemorragia- Respondió el veterinario. ¿Qué la apreté durante bastante tiempo? Yo no hice eso… No pude. Tenia que matar a la hidra. Lo único que hice fue taparla con la sudadera. Bueno, tal vez el veterinario se refiere a eso…
-Pero… ¿Se pondrá bien?
-Si. Ya se la he cosido. Está cansado, y tardara varias semanas en recuperarse. Pero no te preocupes, se pondrá bien. De todos modos, si ves que no lo hace, o que empeora, no dudéis en llamarme.- Si ves que no se recupera o empeora. Esa frase retumbó en mi cabeza como un doloroso martilleo.
-De acuerdo- respondió mamá, al ver que yo no lo hacia.
-Cubrir la herida con esta pomada cada noche durante tres semanas. Esto hará que la herida cure completamente.
-Está bien. Muchas gracias- agradeció mi madre.- ¿Cuánto es?
-Oh nada Stephanie. No se lo cobraré.
-¿De verdad?
-Si. Ha sido un placer ayudaros- Sonrió guiñándole un ojo a mi madre. Después, se fue. Decidí no darle importancia a esa reacción.
-Bueno, volvamos al interior-dijo mamá.
La seguimos, y en cuanto entramos, nos dirigimos a nuestro cuarto. Eran las 8 y todavía teníamos tiempo de sobra hasta la cena.
-Menos mal que se va a poner bien- le dije a Layla.
-Si. Pero todo a sido gracias a ti Annie. Si tú no hubieras detenido la hemorragia…
-Layla… que yo no lo hice…
-¿Qué?
-Nada… olvídalo.
Confiaba en Layla, pero no tenía muchas ganas de hablar. Además, seguramente el medico se refería a lo de la sudadera…
Layla abrió la boca con intención de continuar con aquella conversación, cuando de pronto sonó su teléfono móvil.
Menos mal. Lo más probable era que después de terminar de hablar, olvidara el tema de Athos por completo.
Se pasó hablando durante más de media hora. Con Jack. Yo la entendía, ya que era su novio, y como era lógico, lo echaba de menos. Además yo estaba muy cansada, asique me quedé dormida antes de que ella terminara.
Una desagradable pesadilla hizo que me despertara de golpe. Tenía la cara sudada, y el corazón me latía muy fuerte.
Intenté recordar aquello que tanto me atemorizó, pero fue practicante inútil. Lo único que recordaba era a mi encerrada. Llorando, y Albert y lord William, disfrutando con aquella escena. Eso era lo único que recordaba y no sabía ni como ni porque.
Me levanté y me dirigí hacia la cocina a por un baso de agua.
Eran las 3 de la mañana, y yo era la única persona despierta en toda la casa.
Abrí la nevera y saqué una botella de plástico. Eché agua en un baso, y me la bebí.
Salí de la cocina, y volví a mi cuarto. Me metí de nuevo en la cama, con las mantas hasta la barbilla ya que tenía bastante frio. Intenté dormirme, y justo cuando estaba a punto de conciliar el sueño, mis tripas sonaron. Sabía perfectamente porqué era. Mamá no se había molestado en despertarme para cenar.
A pesar de tener bastante hambre, conseguí dormirme, ya que no quería ir a clase con unas ojeras monumentales por no dormir suficiente.
-¡Annie!
Me sobresalté. ¿Quién me gritaba a la oreja a estas horas?
Me froté los ojos, para ver con claridad, y vi que Layla no dejaba de zarandearme de un lado a otro.
-Para.- dije frunciendo el ceño.
-¡Te ha costado despertarte ehh!
-¿Qué hora es?
-Pues la hora de que te levantes y te vistas. No querrás llegar tarde otra vez ¿no?
-Anda ya, pesada. Si tu has llegado tarde muchas mas veces.
Rió, y se marchó cerrando la puerta a su espalda.
Me levanté de la cama, desganada. Me dolía mucho la cabeza, y tenía unas grandes ojeras. Si, las tenía. A pesar de haber intentado dormir lo suficiente para que eso no sucediera, no había valido para nada.
Me vestí corriendo, y me dirigí hacia el cuarto de baño. Cepillo por aquí, rimel por allá, un poco de pote para disimular las ojeras… y lista.
Bajé a desayunar, junto a Layla.
-Que rápida- dijo ésta, en cuanto me senté en la mesa.
-Ya ves.
Tras terminar de desayunar, nos montamos en el coche, y mamá nos llevó a clase.
Una vez allí nos dirigimos hacia la clase de latín. Si, un asco. ¿A quien le interesa aprender una lengua que ya no se habla en ninguna parte del mundo? Estúpido. Pero en fin, es lo que tocaba.
La chapa que daba el profesor Ken era insoportable. ¿Acaso no se daba cuenta que ninguno de sus alumnos le estaba escuchando? Solo tenía que fijarse un poco en cada uno de ellos. Steve, dibujando en el cuaderno. Jack, mandándose notitas con Layla. Connor, mirando por la ventana. Jessy, apreciando sus preciosas uñas – cosa que era lo único que sabía hacer-. Albert, lanzándome una mirada cada cinco minutos y yo, contando los ladrillos de la pared. ¿Aburrido no? Pues aunque cueste creerlo, era mucho mas divertido que escuchar al profesor Ken.
Tras una hora de tortura, sonó el timbre y cambiamos de clase.
La siguiente hora era laboratorio. La teníamos tres veces a la semana, ya que nos enseñaba a conocer y utilizar nuestros poderes.
Aquella clase se me pasó a la velocidad del rayo. Era lógico, comparada con la anterior, era hasta divertida.
-Oye Annie-dijo Layla- tengo que ir un momento al baño. Espérame aquí ¿Vale?
Asentí con la cabeza, y me senté en uno de los bancos, dentro del instituto.
Apoyé mi cabeza en la pared y cerré los ojos. No era algo que solía hacer muy a menudo, pero hoy lo necesitaba. No era solo por la simple razón de estar cansada. Necesitaba alejar mi mente de allí. Desconectar un rato de todo.
Tras varios segundos, alguien me hizo volver de nuevo a la realidad.
-Hola.
Abrí un ojo, para descubrir a la persona que había estropeado mi relajación.
La persona menos esperada se encontraba frente a mí.
-Albert, ¿Qué haces aquí?
-¿Y tú? ¿No sabes que lo de dormir se hace en casa?
-Muy gracioso. Además, no estaba durmiendo. Me estaba relajando y tú me lo has fastidiado.
Se sentó a mi lado, y me miró directamente  a los ojos, con aquella penetrante mirada, capaz de hipnotizar a cualquiera.
-Lo siento.- ¿Lo siente? ¿Se está disculpando? – ¿Te puedo preguntar algo?
-Si…
-Bien. Aller fue cuando me viste aquí. El día que me inscribí. Tuvimos una conversación, ¿lo recuerdas?- asentí con la cabeza. Prosiguió hablando. –Me dejaste con la palabra en la boca. Desde entonces estoy intentando hablar con tigo, pero me estas esquivando. ¿Puedo saber el motivo?
-Bueno… Verás…
-Mira Annie. Se que no hemos empezado con buen pie, pero me gustaría cambiarlo.
-Yo…- ¿De verdad me estaba diciendo aquello? No sabía que responderle, estaba algo confusa…
Miré dirección al pasillo, y vi que Layla se acercaba hacia nosotros, tarareando una de sus canciones favoritas.
Albert, se dio cuenta de ello y seguidamente añadió:
-Annie, a las 5:30 en Heartland. Ven, tenemos que hablar.
-Pero…-Intenté decir algo, pero no me dejó. Se puso en pie, dispuesto a irse.
Comenzó a andar en dirección contraria en la que venía Layla, y antes de que ella apareciera, se dio media vuelta. Clavo por última vez sus ojos en mí, y susurró:
-Te espero.
En aquel momento, Layla apareció.
-Hola- Saludó sonriente, mientras se sentaba en el banco.
-Hola…- Respondí, aún aturdida. ¿Qué iba a hacer? ¿Debía ir, o no ir?
-Annie, ¿Sucede algo?- decidí contárselo, ella sabría que hacer.
-Si bueno… Veras, he estado hablando con Albert...
-¿Y?
-Hemos quedado.
-¿Que habéis que?
-Quedar Layla. Hemos quedado.
-¿Cómo? y ¿Por qué?
-Haber, me ha dicho que tenemos que hablar. Según el, hemos empezado con mal pie, y tal y cual. Quiere que hablemos.
-¿Enserio?
-Si.
-¿Y que vas a hacer?
-Pues no tengo ni la menor idea. ¿Qué hago?
-Annie, yo no sé si soy la mas adecuada para decidirlo. Eso debes hacerlo tú.
-Ya, pero ese es el problema, que yo no sé si debo ir.
-¿Te gusta?
-¿Qué?
-Annie, no te hagas la tonta. Me has escuchado perfectamente. Repito, ¿Te gusta?
No respondí.
-Eso es un sí- se adelantó.
Asentí con la cabeza, tímidamente. Yo le había jurado y perjurado a Layla, que le iba a olvidar, que lo iba ha hacer en serio. Se lo dije por lo que descubrí de él en el palacio de lord William.
Pero ahora ella sabía que no había cumplido mi palabra. Me siento estúpida y una mentirosa.
Pero… yo no tengo la culpa en cierto modo. Sé que prometí olvidarme de él, y lo intenté. De veras que lo intenté, pero fue un esfuerzo inútil. No pude.
Estoy enamorada de él. De su pelo medio ondulado medio rizado, que me encanta, ya que le da un aire atractivo y misterioso. De sus ojos, que me hacen perder la noción del tiempo por completo. De esa forma que tiene para decir las cosas, tan directamente. De su sonrisa ladeada, y de los hoyuelos que se forman a los lados de su boca, que le hacen parecer bueno. Aunque luego desaparece cuando deja de sonreír, y vuelve a ser esa persona seria y reservada.
Todo él me gusta, y porque me proponga olvidarlo, no podré. Yo no mando en mi corazón. Puedo mandar en mi brazo, hacer que se mueva, en mis piernas, que caminen, pero no en mi corazón. Es como si tuviera vida propia. Las decisiones las toma él y si el decide no olvidar a Albert, yo no puedo negarme, solo resignarme y esperar las consecuencias.
Pero yo creo que es lo adecuado.
Si todos mandásemos en nuestro corazón, podríamos ordenarle enamorarnos de la persona que nos quiere, y de esa forma todos seriamos felices. Suena muy bonito, lo sé, pero muy poco realista. Si tú te enamoras de la persona correcta, todo perfecto. Pero si no es así… Ya no es tan perfecto. Pero esa es la cuestión. ¿Y lo bien que se siente uno, cuando está enamorado y hace todo lo posible para que esa persona le corresponda, aunque luego no sea así? ¿Lo orgulloso que se siente uno de si mismo, cuando logra que esa persona tan especial le dedique una simple sonrisa? Esos pequeños detalles son los importantes. El esfuerzo que hace uno para conseguir eso que tanto quiere. Eso es lo que realmente vale.
Si, yo también admito que lo que mas me gustaría en el mundo, seria poder estar con Albert, al igual que Layla está con Jack, pero si eso no es así, si resulta que él no me corresponde, yo me resignaré y recordaré con orgullo todos mis intentos- aunque hayan sido fallidos- de conseguirlo. Los recordaré feliz, y orgullosa de mi misma, de lo bien que me sentí en aquello tiempos, cuando una simple mirada, me hacía inventarme toda una historia. Una historia junto a él.
Si. Si él no me corresponde, me aguantaré, aunque no puedo negar que me dolerá más que nada, pero a pesar de eso, me aguantaré, y recordaré los momentos en los que me sentí como una verdadera triunfadora.
-Annie- dijo Layla, haciéndome volver a la realidad.- Te voy a dar un consejo. Si Albert te gusta, haz lo posible por estar con él. Si no lo haces, te arrepentirás en un futuro.
-Si Layla, eso ya lo sé. El problema es que ¿si no resulta ser como el dice? Quiero decir… ¿Y si me está mintiendo? ¿Y si lo está haciendo todo para lord William? ¿Quién dice que no sigue con él?
-Annie, esto ya lo hemos hablado. Nadie puede asegurarte nada. Cualquier persona a tu alrededor puede traicionarte, pero eso tú no puedes saberlo. Confía en él. Aprende a confiar en las personas, es lo mejor. Tú no puedes vivir pensando que te pueden traicionar, porque así no se puede vivir. ¿Entiendes?
-Si… Gracias.
-¿Y? ¿Vas a ir?
-Si… Supongo.
Sonrió, y nos marchamos a la siguiente clase.
Estaba decidida. Si, era lo que debía hacer. Dejar que el tiempo lo decidiera todo. Yo iba a hacer todo lo que pudiera para que saliera bien. Debo confiar en él. Si, debo hacerlo, si no, después, me arrepentiré, y eso no es lo que quiero.

lunes, 24 de enero de 2011

Capítulo 28, Secreto.

Tras asegurarme bien de que estaba muerta –ya que no tenia ni pizca de ganas de que se levantara y viniera a por mi- eché a correr hacía el lago. Estaba muy preocupada por Layla, y me temía lo peor.
Me introduje hasta la cintura en las frías aguas.
-¡Layla!- Grité poniendo mis manos a modo de altavoz.- ¡¿Layla donde estas?!
Nada, ni rastro de ella. Cada vez me empezaba a preocupar más. ¿Y si le había sucedido algo? No me lo podría perdonar. Tendría remordimiento de conciencia durante toda mi vida, ya que lo que le había sucedido, había sido por mi culpa. Si yo no le hubiera dejado quedarse…
Un chapoteo interrumpió de golpe mis pensamientos.
En el centro del lago, el agua se estaba moviendo. Me eché un poco hacia atrás, por si acaso. Quien sabe cuantos bichos como la hidra había por allí.
Los movimientos crecieron cada vez más, y finalmente llegaron hacia donde yo me encontraba.
Algo rozó mis piernas, y del susto caí hacia atrás, hundiéndome en el agua completamente.
Salí chorreando a la superficie, asustada por lo que podía encontrarme, y en cuanto la vi, me quede helada.
Allí estaba Layla, mirándome sonriente, como siempre. Pensaría que todo estaba perfectamente, si no fuera por dos mínimos e insignificantes detalles: La brecha en el centro de su frente, que debió hacérsela al caer en el agua, y, la cola de pez que sustituía sus piernas.
Me quedé inmóvil, mirándola. Había entrado en estado de shock y me costó aproximadamente 10 segundos reaccionar.
-Pe…pe…pero…-Tartamudeé, incrédula. Me había mentido. Me había mentido, y encima con un tema bastante delicado. No lo podía creer…
-Annie yo…
-Tú… Tenías miedo al agua…
-No exactamente.
-No si ya. Me doy cuenta. ¿Por qué me mentiste?
-Bueno yo… Lo siento. Creí que no era el momento adecuado.
-¿A no? ¿Y cuando lo seria? ¿Cuándo a las ranas les creciera pelo, o cuando los cerdos volaran? Creí que confiabas en mí…- Respondí. Estaba bastante molesta.
-¡Si que confío en ti!
-Pues no lo has demostrado…
-Annie escúchame. Nunca me lo has llegado a preguntar realmente…- Dijo. Tenía razón. Pero que pretendía, que le dijera “Oye Layla, Jack es un vampiro, yo un hada guardiana, ¿y tu?  ¿Que ser fantástico, por así decirlo, eres tu?”
Pues no. No era una pregunta muy lógica, que digamos.- De todos modos, iba a contártelo, de verdad. Esa era mi intención aquella vez en el colegio…
No respondí. Continuó hablando.
-Comenzaste a decir que mi vida era normal y todas esas cosas. ¡En ese momento yo iba a contártelo, pero jack nos interrumpió! –Tenía razón. Pero aquello no justificaba nada. ¿Por qué no me lo contó oí, en vez de decirme aquella entupida mentira sobre el agua?
-¿Y lo del agua? ¿A que venia ese cuento chino?
-Bueno es que… No estaba animada a contártelo. Annie, entiéndeme, ¡tenía miedo!
-¿Miedo?- pregunté confusa.
-Si… Tú estabas convencida de que yo era normal. Bueno, normal del todo no. Aquí nadie es normal, pero sabia que no me considerabas como un bicho raro. Estabas mas convencida con que yo era mas humana de lo que soy…- Si. Estaba en lo cierto.- Temía que al ver lo que yo era, me rechazaras. Se que es estúpido, pero tenía miedo. Nunca he tenido una amiga como tú Annie, y me da miedo perderte.
-Layla…-exclamé. Era bastante bonito lo que acababa de decirme. Pensar que no me lo contó por temor a perderme… Definitivamente, Layla es una amiga de verdad.- ¿Cómo has podido pensar tal tontería? Somos amigas. Además, ya estoy acostumbrada a las cosas raras, más o menos. ¿Cómo pudiste pensar que saber lo de tu cola de pez podría afectar a nuestra amistad? Sigues siendo la misma buena persona, solo que medio pez.-Reí- De todos modos, me alegro de que te preocupe perder mi amistad. Aún así, prometo que nunca se va a romper. Al menos por mi parte.- La abracé.
-Por la mía tampoco. Entonces… ¿Me perdonas?
-Es imposible enfadarse con alguien como tu.
Sonreímos, y me hizo un gesto con su cabeza para que la ayudara a salir del agua. La agarré de los hombros, y la impulsé hacia mí con fuerza.
-¡Como pesas!
-Si lo sé. La cola me hace engordar 5 kilos.
Finalmente, conseguí que saliera. Se sentó en la hierba como pudo, aún con cola de pez, y dijo:
-¿Dónde está la hidra?
-Donde debe estar.
-¿Has acabado con ella?
-Si, y menos mal. Estaba resultando ser un tanto pesada.
Layla asintió con la cabeza, sonriendo. Tras varios segundos en silencio volvió a hablar.
-¡Annie! Casi lo olvido. Ten- exclamó ofreciéndome una pequeña cajita que se hallaba en la palma de su mano.
-¡La… la perla! Pe… pero… Como…
-La encontré en el fondo del lago. Tómala.
-Gracias- dije mientras la abría y sacaba la perla azul cielo de su interior. Seguidamente, comenzó a brillar intensamente, y en cuanto la acerqué a mi cuello, se desprendió de mis dedos y se introdujo en el colgante, como si hubiera sido atraída por un imán.
-Guau- exclamó Layla- ¿Qué se siente sabiendo que tienes un nuevo poder a tu disposición?
-Pues…-La miré- No sé. Es una sensación rara. Me siento más fuerte… Aún así, no sé como utilizarlo…
-Ya aprenderás. Decías lo mismo sobre el poder del aire y de la tierra, y mira, lo has utilizado como si los tuvieras de toda la vida.
-Si, tienes razón…
-De todos modos, yo podría ayudarte en algunas cosas. Soy una sirena ¿Recuerdas? Puedo controlar el agua a mi gusto.
-Como lo iba a olvidar…
-Mira.- Dijo mientras se giraba suavemente hacia el lago y levantaba una de sus manos. Comenzó a mover la muñeca de un lado a otro, y los dedos yacían curvados, como si estuviera sosteniendo una pelota. De un momento a otro, una pequeña gota salio del agua, y se fue alzando mas y mas, hasta quedarse flotando frente a nosotras.- ¿Ves? Puedo hacer cualquier forma con el agua.
Me quedé asombrada, mirando la diminuta gota de agua que flotaba a nuestra altura. Tras varios segundos, Layla aflojó la mano, y la gota cayo en seco hacia la húmeda hierba, desapareciendo en ella con un silencioso sonido.
-Es asombroso- exclamé maravillada.
-Si, lo sé. Bueno, ya va siendo hora de que volvamos a casa…- dijo.
En cuanto escuché la palabra casa, una enorme angustia recorrió todo mi cuerpo. Me había olvidado de algo realmente importante: Athos.
Me puse nerviosa, y me dio la sensación de que iba a marearme en cualquier momento. Me levanté de golpe, dispuesta a ir a ver como estaba.
-Annie, ¿Sucede algo?- Preguntó Layla, confusa por mi comportamiento.
-Athos! Layla… Athos está herido.
-¿Qué? ¿Cómo?
-La asquerosa hidra lo atacó cuando él vino a ayudarme. Está en la llanura- exclamé señalándola.- Tenemos que ir  a ver como está. Layla, si está  muerto…yo…-Sollocé. No pude terminar la frase ya que las ganas de llorar se habían apoderado de mí.
-Annie, tranquila. Estará bien, ya lo veras. Venga, ve a verle.
-¿Y tu? ¿No vienes?
Señaló su cola, que aún seguía allí.
-No puedo moverme con esto. Ve tú. Yo iré cuando me vuelvan a aparecer las piernas. La verdad, es que ha veces es un incordio…- Suspiró. Sonreí y eché a correr hacia la explanada. Mi corazón golpeaba fuertemente en mi pecho, y daba la sensación que de un momento al otro iba a salir disparado y chocar contra un árbol.
Me estremecí.
Tras correr varios metros, lo vi. Una mancha negra que resaltaba en la brillante hierba verde. A medida que me acercaba, iba cogiendo mas forma hasta optar la de un caballo.
Me arrodille frente a él, y lo acaricié. Al principio me asuste ya que no daba señales de vida, pero finalmente descubrí que si que respiraba. Lentamente, pero lo hacia.
Una sensación de alivio me invadió por completo.
Había algo extraño en el. No sabría decir el que, pero algo estaba diferente. Tras observarlo varios segundos, me di cuenta que la sudadera no estaba colocada como yo la había dejado. Pero decidí no darle importancia. Tal vez hubiera sido el viento…
La aparté para ver como se encontraba la herida, y acto seguido, la volví a colocar en su sitio.
Me daban bastante nauseas las heridas profundas y con mucha sangre, y esa, era una de ellas. Aunque por lo menos, la sudadera había hecho lo que debía: Absorber la mayor parte de la sangre y hacer que parara la hemorragia.
-Tranquilo Athos, te pondrás bien- Le acaricié de nuevo. Al oír estas palabras, levantó la cabeza y me miró, con unos ojos llenos de tristeza y dolor. Después, la bajó, y no volvió a moverse.-Te pondrás bien- Repetí, convenciéndome mas a mi que a el.
Tras varios minutos, apareció Layla. Caminando.
Se acercó y se sentó a mi lado.
-¿Qué tal está?
-Mal… La herida es bastante profunda, y ha soltado mucha sangre. Espero que se ponga bien.
-Si, lo hará. Ya lo veras.-Me tranquilizó.- Ahora lo mas importante, ¿Cómo vamos a volver?
Tenía razón. Athos nos había traído aquí, y ahora el no podía llevarnos. ¿Qué íbamos ha hacer?
Me detuve a pensar durante varios segundos, y opté por la solución más simple: llamar a mamá.
-Layla, ¿Tienes móvil?
-Si… ¿Por?- preguntó, y sin dejarme responder añadió-¡Claro, para llamar a tu madre!
-Exacto-exclamé. Acto seguido, metió la mano en el bolsillo de su pantalón gris clarito, y saco un móvil azul, de pantalla táctil. Me lo tendió, para que llamara yo, y en cuanto lo tuve en mis manos, marqué el número de mamá.
Tras varios pis, descolgó.
-Mamá. Tenemos un grave problema.
-[…]
-No mamá, no es por mí, yo estoy bien.
-[…]
-¡Mamá! Tranquila, déjame hablar. Haber, estamos en el lago Brindet…
-[…]
-Si ese.
-[…]
-Si, tenemos la perla. Pero mamá, eso ya te lo contaré en otro momento. Ahora ven por favor, Athos está herido, y no se cuanto tiempo mas podrá aguantar.
-[…]
-Vale, te esperamos. Adiós, hasta ahora.
Colgué el teléfono, y se lo di a Layla.
-Dice que dentro de 5 minutos estará aquí. No nos queda mas remedió que esperar.
Comencé a acariciar a Athos, rezando para que fuera lo mas fuerte que  pudiera.

Pink Moustache