Al fin llegaron las 5:00.
Tenía media hora antes de verme con Albert en el Heartland.
El Heartland es un bar muy conocido en Wasserfall. La verdad es que es la primera vez que voy, ya que es un poco caro.
Me duché en 5 minutos y después me vestí, con ropa algo más elegante que la de la escuela.
El pelo me lo dejé suelto, pero me añadí una diadema azul, a juego con la camisa.
Salí de casa a las 5:20 para coger el autobús
No tardé ni diez minutos en llegar a Waserfall. Me dirigí hacia el bar y me senté en una mesa que había libre fuera.
Observé a mí alrededor. Múltiples mesas vacías llenaban la acera del bar. Desvié mi mirada hacia el interior, y pude ver que dentro, en cambio, había bastante gente.
Miré mi reloj. Ya eran las 5:30 pero Albert aún no había llegado.
El corazón comenzó a latirme muy fuerte. No sabía que iba a pasar, y estaba muy nerviosa.
-Vamos Annie, tranquilízate- me dije a mi misma.
Varios minutos después, a las 5:35, para ser exactos, Albert apareció.
-Veo que al final has venido.- Dijo, mientras se sentaba en la otra silla libre que quedaba frente a mi. Posó sus brazos encima de la mesa, y me miró.
-Si… Aquí estoy.
Asintió con la cabeza, sin decir nada. Estuvimos así varios segundos – aunque para mi fueron horas- y temí que no dijera nada. Ese silencio estaba resultando ser cada vez mas incomodo. Tuve que romper el hielo. No aguantaba más.
-¿Sobre que querías hablar?- Pregunté, con la voz un poco temblorosa por los nervios. Bajé las manos hacia mis piernas ya que me temblaban, y no quería que Albert lo apreciara.
-Ya lo sabes.
-¿Qué?- pregunté extrañada.
-Annie, quiero que seamos amigos.- Soltó de golpe. Aquellas palabras chocaron con mi mente bruscamente, aturdiéndome. Le miré, sorprendida, sin saber que decir. Él, al darse cuenta de mi reacción, prosiguió hablando.- Mira, sé que no hemos empezado bien, pero, quiero cambiarlo.
-Albert yo…- Me detuve. No sabia que decir.
-Annie, si tú no quieres, solo tienes que decírmelo y me iré.
-Pero…
-Vamos Annie, dilo.
-No te vallas.- dije, mirándole fijamente. Me paré a pensar, y decidí ser directa.
-De acuerdo. Entonces, ¿empezamos de cero?
-Es qué… No lo sé. Veras, estoy un poco confusa… Quiero decir, tú estabas con lord William, tú te encargaste de encerrarme y…
-Pero lo dejé- Me cortó.- Si, lo deje. Ya no estoy con él Annie. He huido. Ahora estoy aquí, con tigo.
-Bueno si, pero… ¿Cómo se que no me estas mintiendo?- Pregunté apoyando las manos sobre la mesa.
Albert me miró, fijamente. No pude dejar de mirar aquellos profundos ojos que tan aturdida me dejaban. Tanto me hipnotizaron, que hasta me olvidé de pestañear.
Me cogió las manos, y su tacto frío hizo que me recorriera un escalofrío por todo el cuerpo. Me estremecí.
-Confía en mí- dijo. Seguí mirando aquellos ojos, y pude contemplar en ellos, que no mentía. Sus ojos me indicaban que decía la verdad.
Sonreí, y asentí con la cabeza. Acto seguido, soltó mis manos, y desvió la mirada hacía otro lado. Su cara cambió completamente, sin mostrar ninguna expresión.
Aquel acto me sorprendió, pero no le di importancia.
Pedimos dos batidos de chocolate, pero no tardamos ni cinco minutos en beberlos.
-Me tengo que ir- dije al de varios minutos. levantó su cabeza, y me miró.
-¿Ya?- Parecía sorprendido.
-Tengo que hacer un trabajo…- Decidí no darle mas explicaciones. Todavía no teníamos tanta confianza como para eso, aunque me moría de ganas por que la tuviéramos. La verdad era que con Albert todo cambiaba. Era como si todo a nuestro alrededor desapareciera, y solo estuviéramos el y yo.
Me hacía sentir diferente, especial. Algo que ningún otro chico había conseguido, y eso me gustaba y me atemorizaba al mismo tiempo. Era una experiencia nueva para mí y no sabía exactamente como afrontarla.
-Vale. ¿Nos vemos mañana en el colegio?
-Claro.- Sonreí mientras me levantaba de la silla. Me giré dispuesta a irme pero Albert se levantó al mismo tiempo, y me agarró la muñeca, reteniéndome. Me giré de golpe, con el corazón aporreándome el pecho.
Nos miramos fijamente y en ese momento, el tiempo se congeló. Solo existíamos él y yo. Albert y Annie.
Estábamos muy cerca. Tan cerca que casi sentía su aliento en mi nariz.
Me temblaba todo el cuerpo, y no sabía como reaccionar.
Mi corazón empezó a bombear rápidamente sangre caliente hacia mis mejillas.
Su mirada me absorbió por completo. Me olvidé de pestañear y hasta de respirar. Estaba sumida en sus ojos, atrapada por ellos.
Tras varios segundos, habló.
-Gracias por confiar en mí.- Exclamó, con un hilo de voz.
Asentí con la cabeza, aún atrapada en su mirada.
Sonreí de nuevo, para disimular mi nerviosismo, y me giré, esta vez para marcharme en serio.
Todo hubiera salido genial, de no ser por culpa de mis nervios, que me hicieron jugar una mala pasada.
En cuanto me soltó la muñeca, me di la vuelta para marcharme pero no me di cuenta que delante de mí se encontraba una silla.
Mis brazos y mis piernas temblaban. Todo mi cuerpo temblaba, y los nervios no me dejaban ver que hacía, asíque choqué de golpe contra la silla, y ésta se volcó, llevándome a mí con ella.
Caí de bruces contra el suelo, golpeándome el labio, que comenzó a sangrar débilmente. Formé un ruidoso estruendo, ya que las personas que paseaban tranquilamente, giraron la cabeza de sopetón para ver que había sucedido. Me puse en pie lo más rápido que pude, intentando disimular mi estúpida caída, aunque en vano. Todo el vecindario se me había quedado mirando.
En aquel momento deseé que me tragara la tierra. La vergüenza que estaba pasando era tremenda.
Albert se acercó a mí, para saber que era lo que me había sucedido.
No me atreví ni a mirarle. ¿Qué idiota se tropieza con la silla de un bar? Pues yo, está claro.
-¿Estas bien?- Preguntó mientras sacaba un pañuelo de su bolsillo. Me limpió la sangre con él, y otra vez sentí aquella extraña sensación. Su mirada volvió a atraparme. Sus ojos me absorbían y estaba empezando a asustarme ya que mi cuerpo no reaccionaba ante aquello.
-Si, gracias- conseguí responder al fin.
Después de varios segundos incómodos, Albert comenzó a reírse. Si, reírse.
Le lancé una mirada furiosa, y disminuyó la risa. Mis nervios se tornaron en rabia. ¿De que leches que se reía? ¿De mi?
-¿Se puede saber que es eso que te hace tanta gracia? Digo, porque a mi también me gustaría reírme- intenté ser lo mas sarcástica posible.
Detuvo la risa, y esta se transformó en una amplia sonrisa ladeada. En una sonrisa que hizo que el enfado se me olvidara por completo. Era tan perfecta, con aquellos graciosos hoyuelos, que le hacían perder aquel aire misterioso que solía tener gran parte del tiempo…
-Lo siento Annie. No quería reírme de ti, pero es que tu caída…- No terminó la frase, ya que la risa se apoderó de él, otra vez.
Le volví a lanzar una mirada furibunda. Me estaba haciendo perder los nervios.
-Annie, admítelo. Tu caída ha sido muy tonta.
Para que negarlo. Tenía toda la razón. Si, esa es Annie, la torpe. Sobretodo, cuando está nerviosa.
-Vale si. Lo admito, a sido tonta, pero eso no te da derecho a reírte.
-¡Venga Annie, pero si tu también te estas riendo!- exclamó, divertido. Estaba en lo cierto, su risa era contagiosa. No tenía más remedio que darle la razón.
-Vale… dejemos el tema…
-De acuerdo, pero sabes que tengo razón.
-Tú ganas.
Sonrió, complacido.
Y tras eso, se volvió a formar otro incomodo silencio entre nosotros. Ninguno de los dos sabíamos que decir.
Su sonrisa había desaparecido, sustituyéndola una gran seriedad.
Me miró fijamente.
Volvíamos a estar frente a frente. Su aliento cálido acariciaba suavemente mi nariz, provocándome pequeños escalofríos.
De cerca era aún más perfecto todavía. Pasé mi mirada por cada rasgo de su cara. Primero por sus ojos, aquellos que tantas veces me habían atrapado. Aquellos de los cuales desconocía su color, ya que no lo componía un solo tono, -como cualquier ojo normal- si no varias gamas de ellos.
Después posé mi mirada en su nariz, tan perfecta como cualquier parte de su cuerpo. Ni muy pequeña ni muy grande, simplemente perfecta. Finalmente, fui bajando lentamente mi mirada, hasta posarla en su boca que yacía formando una línea recta. Pude ver, que poco a poco, comenzó a moverse. Se estaba abriendo, dejando a la vista unos dientes blancos y perfectamente alineados.
-Eres genial- dijo en un susurro apenas audible.
Abrí los ojos de par en par, sorprendida por lo que acababa de escuchar.
-¿Qué?
-Nada… -exclamó cambiando el tono totalmente. Desvió la mirada completamente. Volvía a ser aquel misterioso y reservado chico.- Olvídalo- añadió finalmente.
Decidí no darle mas importancia al asunto, aunque luego en casa, le daría vueltas y vueltas a aquellas palabras tan inesperadas.
Sonreí, para disimular mi asombro, pero él no me devolvió la sonrisa.
Lentamente, me separé, con sumo cuidado, para no volver a caer.
-Ahora si que me voy. –Dije comenzando a andar marcha atrás, saludando con la mano.-hasta mañana.
No me devolvió el adiós, simplemente se dedicó a mirarme atentamente, sin apartar su profunda mirada de mi.
-----------------------PARTE NARRADA POR ALBERT------------------------
La vi marchar, pero ni me inmuté. No se porque reaccioné así.
Ella tiene algo. Posee algo especial que nadie tiene.
Al tenerla cerca, todo es diferente. Por primera vez en la vida, me he sentido querido.
Mi madre murió cuando yo apenas tenia 2 años. Yo no lo recuerdo, fue mi padre el que me lo dijo.
No me acuerdo de ella, ni de cómo me trataba. No se su aspecto físico, ya que nunca existió ninguna foto suya.
No se cual es la razón de ello, ya que, generalmente, cuando un hijo nace, cuando aprende a decir sus primeras palabras, o cuando sucede cualquier acto especial, se suele grabar el momento. Pues en mi casa no. No hay ni una simple fotografía de mi madre.
Mi padre, al cual prefiero no recordar, me maltrataba. Física y sicológicamente.
Estaba metido en las drogas y en el alcohol, y no había forma de sacarlo de allí.
No fui a la escuela, ya que él, mi padre, no tenía dinero para pagarla porque todo se lo gastaba en sus malos caprichos.
Yo pasaba la mayor parte del tiempo solo, y la mayoría de las cosas, las aprendí por mi cuenta ya que no tuve un modelo de conducta.
Todas las noches- y cuando digo todas es todas-él llegaba borracho a casa. Yo le tenía un pánico terrible, ya que no se controlaba, y siempre venía a mi cuarto para ver si ya me había dormido, y si no era así, cogía uno de los múltiples bates de béisbol que guardaba en un armario y me golpeaba varias veces con él, hasta que mi espalda quedaba desfigurada, y mi cara cubierta por miles de arañazos.
Todo aquello era horrible. No entendía como un padre podía tenerle tanto odio a su propio hijo. ¿Qué había hecho yo para merecérmelo?
Cuando cumplí 6 años, me enteré de que mi padre tenía una nueva novia.
Aquella noticia me alegro bastante, ya que creí que todo cambiaría. Suponía que se comportaba de tal forma por la falta de una mujer. Estaba equivocado.
Mi padre dejó preñada a aquella mujer, y tras nueve meses, nació Denny. Mi hermano.
Gabriel, mi padre, me prohibió acercarme a él porque decía que le podía hacer daño, así que me encerró en un cuarto. ¿Pero de que iba? ¡Si era él el que no paraba de hacerme daño a mí!
Sin que se diera cuenta, solía salir de mi cuarto a escondidas, y entraba en el de mi hermano, para estar junto a él.
Yo necesitaba cariño, alguien con quien hablar. Empecé a ir todos los días, y de esa forma, mi convivencia se fue haciendo más amena.
Lamentablemente, aquello no duró demasiado ya que cuando cumplí los 12 años, sucedió algo realmente desagradable.
De aquello que mi padre me advirtió una vez: Le hice daño a Denny. Mucho daño.
Tras varios días solo, llorando en mi cuarto encerrado, entró mi padre. Más amable de lo normal.
Me dijo que fuera con él, que íbamos a dar un paseo. Si hubiera sabido lo que era realmente aquel paseo…
Me echó a la calle. Sin piedad, como a un saco de basura, y después a mi hermanito, que había empeorado con los días.
Mi padre no nos quería a ninguno de los dos, y no tenía ni pizca de ganas de gastar dinero en medicamentos para Denny y mucho menos, decir el motivo por el que se encontraba en tal estado. Se avergonzaba de aquello, y no quería que nadie lo supiera, así que, nos abandonó.
A un pobre niño de doce años, junto con su hermano de 6 que poco le faltaba para morir.
Lo que más me sorprendió de todo aquello, es que, a pesar de que fui yo el que hirió a Denny, él, no me tenía miedo.
Me sorprendió, ya que hasta yo sentía miedo de mi mismo.
Hasta ese día no me di cuenta de lo que era capaz de hacer cuando mi humor cambiaba.
Supongo que Denny no era lo suficientemente mayor como para darse cuenta del poder que poseía en mi interior.
También desconocía un detalle realmente importante: Mi nacimiento fue un completo error. Un ser como yo nunca debió haber existido.
Todos los pelos de mi cuerpo se erizaron al recordar lo que tan guardado tenía.
Odiaba sacar al presente tan desagradable pasado. Me hacía sentir como un completo desgraciado, de hecho, eso era lo que yo me sentía hasta conocerla a ella, a Annie.
Nunca había tenido un amigo. Nadie se había preocupado por mí. Nadie, nunca, me había ofrecido un poco de cariño.
Vale si, estaba lord William, pero él no me trataba como a un hijo, sino como a un ayudante suyo. Además, él nunca ha sido cariñoso, ni lo será nunca.
Es por esa razón que yo soy así. Me cuesta relacionarme con la gente. Hacer amistades. No me han educado para ello. No se como hacerlo. Es por eso que la mayoría del tiempo estoy callado. Temo decir algo cruel, algo que pueda herir los sentimientos de los demás, porque ese soy yo, esa es mi personalidad, y por mucho que intenté cambiarla, no se si seré capaz.
En cambio ella, no se da cuenta de nada. Me sonríe sin más, pero yo soy incapaz de devolverle la sonrisa.
Me siento culpable, culpable porque por una parte la estoy traicionando, a pesar de sentir algo por ella.
Pero es lógico, quiero decir, a ella no la conozco a penas, pero, en cambio, Denny es mi hermano. Mi hermano pequeño. Yo le hice daño, soy el responsable de su enfermedad y si lo abandono, entonces me sentiré más culpable que nunca.
Si no ayudo a lord William, él dejará de darle la medicina a Denny, y entonces, morirá. No puedo permitir que eso ocurra.
Además, gracias a lord William yo y mi hermano nos encontramos aquí, sanos y salvos. Si no hubiera sido por el, a saber donde estaríamos ahora…
Es por eso que se lo debo. Él nos salvo y nos dio un hogar cuando mas lo necesitábamos. Le debo una.
Lo siento Annie… Lo siento de verdad.
Una respiración a mi espalda me sacó de golpe de mis pensamientos e hizo que me girara.
Frente a mi se encontraba un hombre de mediana edad, trajeado, y repeinado.
¿Qué hacía aquí uno de los sirvientes de lord William?
Asentí con la cabeza, y me levanté de la silla con sumo cuidado, para pasar desapercibido.
Comencé a andar tras el, hasta llegar a un coche azul, el cual nos llevaría a palacio.